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¿Es la guerra?

La Razón
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La factoría Bardem & Co no sabía cómo entrar en campaña. Los atentados de París le han dado la excusa perfecta, la precisa razón por la que volver a salir a la calle dos semanas después de que la sangre de 130 personas libres brotara en aquellos adoquines donde hace años que no está la playa. Quién sabe si de aquí al sábado habrá más lágrimas que derramar. Sin pañuelo progre para el consuelo. Su impostado pacifismo se ha convertido en la peor de las agresiones imaginables. Aquellos minutos de silencio desembocan ahora en una algarabía absurda y anacrónica.

De lo que pasó en 2004 a lo que se dibuja en 2015 lo único que permanece son las pancartas recicladas de Alberto San Juan. Creen que valen para cualquier guerra, pero no todas las guerras son iguales. A poco que rasquen hasta Rajoy se uniría a ellos si no fuera porque tiene una responsabilidad de la que carecen. España no tiene ninguna intención de bombardear pero está en la obligación de ir de la mano de sus aliados. Y lo hará si acaso con el visto bueno del Congreso. Y si puede, después del 20-D. Tal vez Pilar Bardem o Kichi tengan un plan para entrevistarse con el jefe del Dáesh, Abu Bakr al-Badhdadi, para alcanzar un acuerdo que no incluya su esclavización. Unos ejercicios espirituales en la ciudad de Raqa. Que nos expliquen esa solución que nadie ha encontrado. Hilar Aznar y aquel apoyo de las Azores, una foto al cabo, y lo que ahora sucede, es tejer una relación perversa y malintencionada a sabiendas de que es falsa. Encontrar una baza electoral en una partida siniestra que los retrata no ya como políticos con los que se disiente sino como malas personas. Los alcaldes populistas, fracasadas sus ansias de cambiar el mundo, prefieren batallar fuera que ordenar que limpien las ciudades de porquería. Carmena ya no es feliz, como si nos importara, y a éstos se les acaba el discurso si no encuentran pronto un enemigo a las puertas. Las víctimas de París le estarán muy agradecidas por pensar que no hay que hacer justicia en su nombre.

Héléne Muyal-Leivis era maquilladora. Aurélie de Peretti tenía 33 años y se dedicaba a la música. El español Juan Alberto González acababa de encontrar el trabajo de su vida. Son sólo tres ejemplos de la Generación Bataclan con la que mercadea esta política basura. Los muertos futuros, quién sabe si uno de nosotros, ya llevan luto por lo que esta panda les niega preventivamente, el derecho a intentar cambiar un mañana de martirio y desolación. Si yo soy uno de esos elegidos les maldigo desde aquí ya que entonces sólo podré hacerlo en el privé de los difuntos. Estamos bajo la amenaza de los cinturones explosivos, de unos terroristas que celebran la estúpida desunión de Occidente con el miedo de los suicidas. Los eslóganes fáciles se nos atragantan en el recuerdo de los cadáveres.