Alfonso Ussía

Estos niños...

La Razón
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Se debatía un proyecto de ley en el Congreso. Tiempos de la Segunda República. Un diputado lamentaba la escasa preocupación que por el futuro aquella ley contenía. Y preguntó a sus señorías. –¿Qué hacemos con nuestros hijos?–. Desde un escaño le respondió otro diputado de diferente sector ideológico. –Al suyo acabamos de hacerle subsecretario–. Los hijos, siempre los hijos. El Presidente del Banco Central, Ignacio Villalonga, tenía dos hijos varones. Ignacio –Nacho–, vicepresidente de la entidad y Luis. Nacho era inteligente amén de indolente, y su vicepresidencia se limitaba a vicepresidir los consejos de administración. Por motivos ajenos al negocio bancario se vio obligado a dimitir. Un consejero, el catalán Manuel Garí de Arana, monumental pelotillero, le planteó a Villalonga la sustitución de Luis por Nacho. –Creo, Presidente, que Luis se merece formar parte del Consejo del Central–; Villalonga, se tomó la barbilla, miró al suelo, meditó y alzando la cabeza le respondió a su halagador oficial: –Creo que te equivocas. El Banco Central no merece tener un consejero como mi hijo Luis, que es una calamidad–.

Hay padres, como Villalonga, que no confían en las cualidades empresariales de sus hijos, y otros como Ángel María Villar, que se entregan plenamente a ellos. El niño de Villar se llama Gorka, y ha crecido en el mundo del fútbol a la sombra de su padre, el eterno presidente de la Real Federación Española de Fútbol, maestro en salir airoso de todos los líos, sospechas, suspicacias y trasuntos que han rodeado su gestión. Gorka era el encargado de bajar al patio mientras su padre se hallaba en las alturas. Y desde 2010, según parece, cobraba comisiones en los partidos internacionales amistosos. El reinado de su padre, conocido como el Villarato, ha favorecido a unos clubes y perjudicado a otros. Sin Villar en el poder, y con el cántabro Sánchez Arminio en el camino de su salida inmediata como jefe de los árbitros españoles, es más que probable que en la próxima temporada se produzca un hecho que en dos largos años no ha tenido lugar. Que le señalen algún penalti en contra al Fútbol Club Barcelona, aunque esa valiente decisión arbitral conlleve el peligro de una radicalización más áspera en el proceso independentista. Me atrevería a recomendar a los árbitros, que ya sin Villar ni Armiño, señalen los penaltis al Barcelona con inicial moderación, porque una afición tan numerosa como la del club del Proceso no asumiría el paso de la inmunidad a la normalidad con el necesario sosiego. Pero me voy por las ramas. Gorka, el niño de Villar, en los 29 años de mandato de su padre –se habla también de compra de votos a cambio de favores a quienes eligen al presidente de la Federación–, ha conseguido que su empresa, que no cuenta con empleado alguno, ofrezca unos beneficios de casi 400.000 euros procedentes del fútbol. Villar fue un centrocampista de corta vida y buenos modos en el Athletic de Bilbao, pero Gorka no ha corrido ninguna banda, ni ha regateado a un contrario, ni ha metido un gol en su vida, y si me apuran, ignora si el balón de fútbol el redondo, ovalado o cuadrado. Ese dinero, en buena ley, pertenecía a la RFEF. Y se está investigando –siempre con los votos favorables a Villar de por medio–, en los posibles beneficios concedidos a determinados árbitros y entrenadores miembros de la asamblea, así como la imputación a Villar y al resto de los detenidos –por el momento, tres dirigentes–, los delitos de administración desleal, apropiación indebida, corrupción entre particulares y falsedad documental. Una delicia.

No es bueno para el fútbol español lo que ha sucedido. Pero será muy bueno y conveniente para su futuro. Escribo desde el respeto a la presunción de inocencia y me informo de lo que leo en mi periódico y el resto de las publicaciones. Las puertas a Gorka se las abrió su padre, y Villar es el responsable máximo de lo que pudiera ser sacado a la luz. Tiene que dimitir inmediatamente. Cuando escribo, entre los miembros de la asamblea futbolera se detectan temblores y agitaciones cardíacas. Es posible, y así lo espero, que las reacciones de los beneficiados se limiten a lamentar la pérdida de las gracias recibidas, huyendo de la politización del caso. Porque la política también está ahí, y algún árbitro arrepentido puede encender la mecha de un escándalo mayúsculo.

En ocasiones, por no saber qué hacer con los hijos, se arma la gorda.