Rosetta Forner

Evolución

La Razón
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Reducir algo no necesariamente conlleva depreciación o degradación de aquello que se minora. Si lo que se achica es el sueldo o la calidad de algo, está claro que no es recomendable ni aceptable. Empero, si la reducción conlleva la racionalización y/o mejora de algo, la crítica vendrá dada por la poca inclinación del ser humano a hacer cambios. El cambio asusta, nos enfrenta a la frustración que supone no poder controlarlo todo. La Universidad española está necesitada de actualización –la vida misma lo hace constantemente–. Nada es igual a cómo era hace 50 años, sin ir más lejos. Pregunta: si se reducen las facultades, ¿se reducirá el número de profesores? A cada uno le preocupa lo suyo, lógico. Si bien, debería importarnos la calidad de la enseñanza, no si hay 20 o 30 facultades. Más aún, dichos cambios en pro de un enriquecimiento evolutivo deberían incluir –es una sugerencia– que no se pudiese ser profesor en la misma facultad donde se estudió –quizá, así, no se fomentase el «amiguismo»–. La riqueza académica no se pierde porque se reduzca el número de facultades, sino porque la enseñanza no tenga suficiente calidad, o bien porque, quien la imparte, no está a la altura y sea idealmente competente tanto en conocimientos de la materia como en saberla enseñar y transmitir. Tanto discrepantes como defensores harían bien en argumentar sus posturas basándolas en: (a) pros (ventajas) y contras (desventajas), (b) consecuencias deseables y no recomendables de seguir todo como está versus el reducir, y (c) –en verdad la más importante–, ¿qué tipo de Universidad desean, por qué y para qué? Durante 1.800 años se dio por válida la teoría de Aristóteles de que las cosas sucedían por generación espontánea. Unos cien años antes, un científico osó refutar su teoría, y lo enviaron al ostracismo.