Pedro Narváez

Franco ha muerto

La Razón
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Hoy es fecha de efeméride. Tal día como hoy de hace cuarenta años las portadas titularon «Franco ha muerto». Si se abriera la tumba, el dictador estaría como se le recuerda, embalsamado al estilo de Lenin, lo que provocaría un susto colosal, truco o trato, como un remake de Drácula.

Dos de cada tres españoles no habían nacido o tenían menos de 15 años en 1975. Nacieron sin el pecado original de pelearse por un fantasma, ese juego cainita y estéril al que se ha dedicado la política de vuelo bajo o el cine rumiante que, salvo pocas ocasiones, como «El laberinto del fauno», no ha encontrado su lista de Schindler o «El gran dictador» sino ilusas caricaturas de una irrealidad. Pablo Iglesias nació en 1978; Rivera, en 1979; Pedro Sánchez tenía tres años, y Rajoy veinte. Alberto Garzón llegó al mundo diez años después del deceso y es el que más lo recuerda. El líder de lo que fue IU es un joven viejo que guarda los recuerdos de los oros.

Cuarenta años después, lo que asusta no es ese cadavér a los postres sino que aún resista y funcione el espantajo freudiano y que en el programa electoral de algunos partidos se le rinda homenaje con propuestas como sacar su tumba del Valle de los Caídos en una procesión de júbilo y disparate. Franco es un «best seller». Franco es una franquicia. Un nombre que vende y que desentierra la llamada memoria histórica, que no acierta a vivir sin un dragón al que clavarle la lanza. Franco es una escultura en una nevera, como en aquella instalación de ARCO, aunque algunos quieran meterlo en el microondas y revivirlo como a Frankenstein para darle caza, si bien la muerte, tan irresoluble, no admite revancha, por más que se empeñe el juez Garzón que se ha buscado un enemigo difunto para ponerse a sí mismo las velas.

En el paraíso del botox, la nueva hornada de políticos quiere estirar la piel de un país tocado por la crisis de los cuarenta. Se ha encontrado con Marilyn Monroe en el piso de arriba y ansía un afrodisíaco reformista. La generación Rivera tiene todo el derecho a hacer oposiciones para entrar en la historia si los acontecimientos no se lo llevan por delante. Los que hoy reverdecen en el esplendor en la hierba serán viejunos a poco que pasen dos elecciones. Han de darse prisa porque de lo contrario el tiempo los devolverá a la época de la vieja política y a todo lo que critican. Tarde o temprano llegará el crepúsculo de los dioses y de las almendras amargas.

En cualquier caso, es más sugerente abrirse al debate de la segunda transición, aun en el error narcisista de que el mundo empezó ayer que acarrear con sepultureros de curiosa moral en tacones siempre a la busca de Lorca en la huerta equivocada. Para aquellos que despiertan hoy de la criogenización repetimos la exclusiva: resulta que Franco ha muerto y su interés bibliográfico contrasta con la que tiene la barra del bar a la que se ve poco entusiasta.