Pedro Narváez

Fuera de la zona de confort

La Razón
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Estábamos tan cómodos, viendo en el sofá cómo pasaba el tiempo de la guerra en la ficción, desentrañando un capítulo de «Homeland» y otras memeces por el estilo, asimilando casi sin pensar que nuestras víctimas quedaban muy lejos en el tiempo, como en otra vida que ya no era nuestra. Haciendo, en fin, planes para las Navidades y preocupados por nuestro ombligo y los ochos apellidos catalanes. No hay imagen, se me ocurre, más ridícula que el silbido de un político independentista entre tambores de guerra o un pacifista irredento a las puertas del Bataclan donde aún se aparecen los cadáveres jóvenes.

París nos obligó por un instante a salir de la zona de confort, de la pelea marrullera y de las declaraciones cursis. Una rosa es una rosa. Oh, París, la ciudad de la luz envuelta en tinieblas. Tantos lugares comunes que sonrojarían a un poeta adolescente. Es la muerte, estúpidos. No parece que estemos por la labor de llegar más allá de un minuto de silencio, tic, tac, una gota en el océano de dolor. Aún pensamos que París es un desierto lejano y si volviéramos a sufrir nos echaríamos la culpa en un cómodo suicidio colectivo que es lo que pretende Occidente, inmolarse antes de que un kamikaze le coja desprevenido.

Da pereza limpiar nuestra propia sangre, más todavía si el trabajo no está subvencionado. Antes muertos. Todo antes que ser valientes. Los del «No a la guerra» creen que sueñan a principios de siglo, cuando el mundo no había virado a estribor. La losa ideólogica no les deja flotar, oler el aire ensangrentado que se avecina, ese que será nuestro oxígeno futuro para que el no valen las restricciones de tráfico. Echaremos de menos descalzarnos en los aeropuertos, cuando todavía un control conseguía insuflar tranquilidad. París será un apertitivo comparado al gran festín que se cocina en el MasterChef del islamismo.

Nos iremos consumiendo como esas velas que ya se derriten en la Plaza de la República al compás del aliento de los heridos. «Más reflexión y menos venganza», dice Carmena por ejemplo. Oremos. Vamos a reunirnos a reflexionar aunque no sepamos sobre qué. Carmena, Iglesias, Colau, Manjón, toda esa pandilla del buen rollo espera a que la amenaza sea fantasma y se desvanezca en un escrache a Darth Vader. La realidad ha trastornado el calendario. El déficit, el referéndum, la constitución. Que pregunte Podemos al ex Jemad lo que es la guerra porque el tiempo del rincón de pensar ha terminado y quedarse en tierra de nadie es casi pasarse al enemigo.

El yihadismo no se arregla en una reunión vecinal con un voto a mano alzada. No empleen la palabra terrorismo en vano (terrorismo financiero y esas similitudes perversas), no banalicen el mal que fue lo que lanzó a la civilización a los brazos de la barbarie por tener más de un coche y una «smart tv». No nos confundan con el apoyo a los refugiados para el que hay práctica unanimidad. Sean serios. No permitan que en esta cuestión, nuestro país, que no tiene una Marsellesa que entonar con orgullo, se divida. Ahora todos somos Francia. Ojalá todos fuéramos España.