Política

Pedro Narváez

Hay que reír

Hay que reír
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Tan atrofiado tenemos el sentido del humor, como un intestino que no desemboca, que cualquier cosa nos parece digna de mueca. Para dibujar una España en crisis, Azcona o Berlanga sentaban a un pobre en la mesa de nuestra conciencia. Eso sí que era carne cruda y no ese filete con coleta que nos pusieron antes de las uvas, que más que una España negra pintaba otra ridícula, con lo que al respetable, al parecer, se le quitaron las ganas de indignarse y coger al fin la castaña del milenio. Aún así, el tal José Mota pudo expresarse y en una cadena pública. Es lo que tiene el motivo de la risa, el acto sublime de provocar tal sorpresa, que algunos se retuercen y otros se quedan cazando moscas, o tristes y melancólicos como cuando un payaso no hace maldita la gracia. La risa tiene más poder transgresor que cualquier eslogan antisistema. Tip siempre me pareció un anarcoburgués que escondía más bombas hilarantes que lo que los millones que le seguían por televisión atisbaban a encontrar. En parte por eso el ataque, no a una revista de arte y ensayo, sino a «Charlie Hebdo», cuyo contenido no hay que magnificar aunque ahora la defendamos a muerte, como debe ser y sin fisuras, porque como decía su director, atribuyéndose una cita célebre, es mejor morir de pie que vivir de rodillas. Los antiguos filósofos, que hoy nos parecerían en este sentido una caricatura de Don Pésimo, detestaban los vicios de la comedia. En «El nombre de la rosa», Umberto Eco descubre que «la risa libera al aldeano del miedo al diablo, que con la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto y, por tanto, controlable». Ese mundo islamista que vive todavía en aquella Edad Media toma como un ataque mortal la ridiculización de su solemnidad. Por eso, ahora que se aventa la guerra de las ideas, hay que reír. Para que sepan que no nos han vencido.