Enrique López

La cocina española

La Razón
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Cuando escribo estas palabras desconozco el resultado de las elecciones en Cataluña más allá de unos datos de participación altísimos, lo cual en democracia siempre es bueno, y más en un país en el que no hay obligación de ejercer el voto. Pase lo que pase, lo que se va a poner de manifiesto es una sociedad profundamente dividida ante el dilema en el que algunos políticos la han colocado. A partir de hoy se harán muchas declaraciones, se expresarán muchas intenciones, pero la vida sigue con normalidad, nuestro sistema sobrevive, y nuestro orden constitucional y legal están en plena forma. Pero al margen de esto, me gustaría hacer una reflexión sobre la profunda necesidad de hacer un esfuerzo por volver a creer en un proyecto común para España, en el que ya hemos podido comprobar que cabemos todos, con nuestras coincidencias y nuestras diferencias, pero en el que no se debe sobre la base de pretendidos derechos de los territorios, despreciar los derechos de los ciudadanos. La cocina española está considerada en estos momentos la mejor del mundo, y ello lo es por su enorme variedad regional, que la hace muy sugestiva. A pesar de ello, algunos pretenden negar su existencia en beneficio de las cocinas regionales, como por ejemplo la catalana, para dotarla de notas diferenciales y una homogeneización que la hagan única y exclusiva, olvidando que está profundamente conectada a otras regiones de España, especialmente a Valencia y a las Islas Baleares; pero también al sur, porque no se puede negar la influencia de los emigrantes del sur de España, sobre todo andaluces y extremeños, encontrándonos en Cataluña con un gran gazpacho, buena tortilla española y una excelente paella como en el resto de España. Un día un catalán me dijo que no teníamos en el resto de España la mezcla de carne y los mariscos en un mismo plato –mar i muntanya–, a lo que le contesté: No conoces la excelente langosta con pollo de corral que hacemos en León o en Asturias. Fuera de España la mayoría de la gente sólo reconoce la cocina española y les encanta. Otro día, un cocinero japonés en Madrid me intentó explicar la diferencia de la cocina de Tokio y la de Osaka, y tras un esfuerzo que no puedo desagradecer, cada vez veía estas dos cocinas, tan diferentes para el cocinero de Osaka, muy parecidas entre sí, y aunque me mataran no las hubiera distinguido después de tal excepcional clase. Por mucho que insistamos en sentirnos diferentes, un madrileño, un gallego o un catalán son más parecidos entre sí que a un romano, a un parisino o a un londinense. No se trata de hacer ejercicios de patriotismo ni de nacionalismo, sólo de reconocer lo parecidos que somos y así comenzaremos no sólo a entender las diferencias, sino incluso a superar alguna de ellas. Ante esta situación los responsables políticos debieran comenzar a hacer política de verdad, y a no dejar que la política se ejerza a través de los sentimientos populares. Cuando un problema político se abandona a la calle y se responsabiliza a las gentes de su solución, se corre un gran peligro.