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Barcelona

La hora de hablar

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La confesión de Jordi Pujol ha sembrado la consternación en las filas de los nacionalistas catalanes, que ya sentían el zarpazo de Esquerra Republicana. Lo indicaban las encuestas, y ahora será peor. El viaje a Madrid de Artur Mas para verse con el presidente Rajoy se ve afectado a la fuerza por el acontecimiento, que afecta de lleno al crédito ético y político de su formación. El actual presidente de la Generalitat, delfín, confidente y protegido de Pujol, ve limitada su capacidad de maniobra tras la dramática revelación del fundador del partido. Veremos hasta dónde afecta esto a los planes soberanistas. Cabe volver humildemente al pacto y a la negociación, aunque es poco verosímil, y cabe la atolondrada huida hacia adelante en una demostración de altanería. La advertencia de que si fracasa su encuentro en La Moncloa anunciaría «grandes decisiones» a su vuelta a Barcelona, suena más bien a amenaza, si bien es verdad que lo dijo antes de que estallara en sus manos, como una bomba casera de efecto retardado, el «caso Pujol».

¿Un Gobierno con ERC para preparar una declaración unilateral de independencia? Puede ocurrir. En todo caso, se abre la semana con intentos de diálogo a tres bandas, lo que, en la complicada situación actual, acaso abra, aunque parezca difícil, algún cauce de entendimiento. Es la hora de hablar.

Más que diálogo es tiempo de tanteos. A ver qué quiere ahora Artur Mas, a ver si Mariano Rajoy, en una hora tonta, abre un resquicio legal para la dichosa consulta, a ver si Mas se conforma con un arreglo fiscal y con un poco de pasta para salvar de momento la cara y los presupuestos y hacer frente a los proveedores, a ver si Pedro Sánchez mantiene la lealtad institucional de Rubalcaba, a ver qué pide a cambio el nuevo líder socialista, a ver cuál es su talante, a ver qué exige para contentar a las bases, que no quieren verse uncidas al carro de los populares, dando ventaja a los nuevos populismos de izquierda, y exigen marcar diferencias claras con la derecha.

Pero, sobre todo, a ver qué es eso del Estado federal o «tercera vía», cuál es el alcance de una reforma constitucional, cuyos contornos están muy lejos de aparecer claros. ¿Un nuevo periodo constituyente? ¿Unas reformas concretas y bien acotadas? ¿Qué concesiones habría que hacer a la singularidad de Cataluña, en ese impreciso y deforme federalismo, para que no surgieran los agravios comparativos en el resto de las comunidades, se superara la estúpida crisis catalana y volviera por un tiempo la calma al Reino de España?

Está claro que ante el presente desafío catalán es imprescindible que los dos grandes partidos nacionales se pongan de acuerdo y formen un frente común. Por eso hace bien el presidente Rajoy en dar preferencia, antes de irse de vacaciones, al encuentro con el nuevo y entusiasta líder socialista, al día siguiente de su estreno, antes que con el descarriado, y puede que amortizado, Artur Mas, del que poco se puede esperar para salir del atolladero en que él mismo ha metido a Cataluña, haciendo de mamporrero de Esquerra Republicana. Si cada cual está decidido a mantenerse en sus trece, ¿puede llamarse a esto diálogo? El diálogo, con el que nació en Grecia la democracia, es mucho más importante que estos encuentros veraniegos para ver qué pasa, para descubrir las cartas del contrario y para discernir si el órdago va o no de farol.

La cuestión clave es: ¿Hay consenso suficiente para emprender la reforma constitucional en busca de una tercera vía? En la elaboración de la Constitución del 78, los nacionalistas catalanes tuvieron parte activa; ahora se dedican a romper aquel pacto constituyente y, después de la confesión de Jordi Pujol, puede que corran el riesgo de romperse ellos mismos. Los nacionalistas vascos permanecen al margen, como entonces, como siempre, con sus fueros y su árbol de Guernica. El Partido Comunista, liderado por Santiago Carrillo y con el apoyo de los exiliados del exterior y del interior, colaboró entonces activamente, con entusiasmo, al pacto constitucional, un pacto con la Corona, gracias al cual obtuvo salvoconducto y viabilidad democráticos.

Ahora ha traicionado abiertamente aquel pacto, que facilitó notablemente la convivencia, y ahí sigue coqueteando con los antisistema y los separatistas. El papelón de Izquierda Unida en Cataluña, con su representante pegado a Oriol Junqueras y a Mas en todas las fotos, debería desautorizarla electoralmente en el resto de España para siempre. Según la encuesta publicada ayer aquí, empieza ya a desangrarse en Cataluña, como era de esperar. Sea como fuere, lo que parece claro es que hoy no se puede contar con los comunistas y sus compañeros de viaje para abordar con responsabilidad y garantías una delicada reforma constitucional ni para nada.

A ese frente común podrían incorporarse, eso sí, sin problemas, Ciudadanos, partido claramente en alza, y UPyD de Rosa Díez, formaciones con las que habría que contar desde el principio, dejando de lado los intereses electorales partidistas. Me parece que éste es el panorama. Para una empresa de tal envergadura hay que sumar fuerzas y medir bien antes las consecuencias, no sea que el remedio resulte peor que la enfermedad. Por eso estamos, como digo, en tiempo de tanteos. No conviene crear falsas expectativas. El diálogo en serio tendrá que esperar. Esta vez, aunque procure disimularlo, Artur Mas, el heredero de Pujol, viajará a Madrid con la cabeza baja.