M. Hernández Sánchez-Barba

La independencia de EEUU

Hacía mención en el anterior artículo del fenómeno supuesto por la aparición de grandes estados de tendencia imperialista, que irrumpían en el plano de la política internacional, planteando estrategias de seguridad oceánica como garantía de sus relaciones económicas. La segunda mitad del siglo XVIII supone un máximo de proceso histórico, iniciado a principios del XVI en la Edad Moderna. En esta época hay que destacar tres conjuntos históricos importantes: en primer lugar, los valores tradicionales, que habían sobrepasado la crisis renacentista, se alían con los nuevos, creando estructuras de considerable fuerza interna. A ése conjunto, debido a la influencia de la Historiografía francesa, se le conoce bajo la denominación de Antiguo Régimen. Un segundo conjunto queda constituido por postulados renacentistas críticos, formado por tendencias y corrientes tales como racionalismo, naturalismo, individualismo, subjetivismo, indiferentismo, relativismo, combinados con la filosofía de la Ilustración que preparan y llevan a cabo la batalla de la Enciclopedia, adquieren por contraste con el Antiguo Régimen, la condición de subversivos y revolucionarios y preparan el movimiento de la base burguesa, que ofrece la serie revolucionaria; inglesa (XVII), norteamericana (XVIII), francesa (XVIII- XIX), hispanoamericana (XIX). Existe un tercer conjunto, caracterizado en lo esencial por el equilibrio entre tradición y revolución, que encuentra su máxima expresión política en la monarquía del despotismo ilustrado. En España coinciden con el reinado de Carlos III (1759- 1788).

En esta situación de base se produce (1773-1783) el fenómeno de la independencia de las trece colonias británicas de América del Norte, muestra importante del nacionalismo revolucionario, cuyo primer movimiento hizo hincapié en el movimiento independentista citado, que cambió los supuestos de las relaciones internacionales e hizo surgir nuevas ideas que se convierten en cúspides de interés mundial y claves de acción política y económica de los estados. Para España, de muy particular importancia, porque el independentismo de los colonos ingleses, vecinos de los reinos americanos de España, podrían suponer un contagio de ideas con la atribución por parte de los pobladores de la América española de un contagio de intenciones y objetivos semejantes a los de los colonos norteamericanos.

Ello originó, pues, un dilema político en el gobierno español, cuyo ministro de Estado, Jose Moñino, conde de Florida Blanca, hubo de tomar serias y fuertes posiciones en la política exterior de España teniendo en cuenta los intereses nacionales e internacionales, así como los Pactos de Familia que le unían a Francia. Máxime porque en París, como embajador de España, el conde de Aranda no comulgaba, como es bien sabido, con las ideas sustentadas por Moñino que, además, personalmente, se inclinaba abiertamente a la alianza con Gran Bretaña, en la medida que recibe información vía Londres de los acontecimientos de Norteamérica, aparte de la que le proporciona el creado Ministerio de Indias, presidido por José de Gálvez, Marques de Sonora, desde el Virreinato de México, la isla de Cuba y la independencia de Caracas.

Planteados los puntos de vista peculiares del pensamiento colonial independentista, sumado a la actitud intransigente del Parlamento británico y del rey Jorge III (1760- 1820), que declaró rebeldes a los colonos y ordenó el envío de un ejército de mercenarios para someterlos, se hizo inevitable la guerra. Las dos potencias borbónicas europeas –la España de Carlos III y la Francia de Luis XVI– y sus ministros eran conocedores del poder que tenían en sus manos para alcanzar el máximo poder colonial en el continente americano. Sin embargo, ¿unas potencias legitimistas en una época en la que ya soplaban vientos revolucionarios y, por añadidura, en menor diferencia desde luego Francia que España, sobre importantes territorios en el continente americano, colindantes y vecinos de las trece colonias británicas, no debían ser extremadamente prudentes en prestar la ayuda que solicitaban los colonos norteamericanos?

El secretario de Estado francés, conde de Vergennes, favoreció la entrada en la guerra de Francia, como un añadido a la idea de guerra mantenida con anterioridad; pensaba que un triunfo británico en la guerra contra los colonos podría hacer peligrar la importante riqueza azucarera de las colonias de la Indias Occidentales. Al efecto, contactó con el ministro de Estado español, Marqués de Grimaldi, y, desde marzo de 1777, con el nuevo ministro, Conde de Floridablanca. La primera ayuda partió de la iniciativa del Rey Carlos III, que envió a París un millón de libras tornesas iniciales, así como la ayuda a través de la Casa de Comercio Gardoqui e Hijos de Bilbao. Se ratificó la ayuda con el envío de agentes diplomáticos norteamericanos: a París Benjamín Franklin y Arthur Lee. A Madrid, uno de los más destacados e inteligentes congresistas, John Jay, para conseguir una alianza económica y de modo particular, el derecho de navegación del río Mississippi. Con particular visión, por estar el territorio norteamericano rodeado del español estratégico: México, Caracas, Cuba, desde donde, en efecto, cuando España declaró la guerra a Inglaterra, lanzó una importante ofensiva el general Bernardo del Campo, que en una heroica acción, sólo y atado al timón del navío, forzó la entrada al puerto de Panzacola bajo el fuego cruzado artillero inglés, permitiendo así cumplir la maniobra táctica consistente en la división del Ejército británico y que Jorge Washington ganase la decisiva batalla de Yorktown, prácticamente el final de la guerra y el comienzo de las negociaciones de paz y su firma en 1783.