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La Ley de la Piscina

La Razón
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Lo conducían sin miramientos hacia la salida y el hombre arrastraba lo pies y protestaba muy digno: «¿Pero por qué me echan?». El conserje le señala la puerta: «Por hacerse pis en la piscina». El paisano, encogiendo los hombros, abriendo los brazos y poniendo cara de inocente, argumenta: «Pero si lo hace todo el mundo».

A lo que el empleado replica lapidario: «Es verdad, pero no desde el trampolín».

Me van a perdonar Rosa María Artal, Elisa Beni y un montón de colegas de profesión, que estos días se han partido el pecho justificando que Echenique ni pagase la Seguridad Social ni tuviera dado de alta a su asistente, pero lo del secretario de organización de Podemos equivale a mearse en la alberca pública desde lo alto del trampolín.

«El todo el mundo lo hace» o eso ya más maquiavélico de «el sistema me empujó», puede valer para el ciudadano común y corriente, pero no para un político, máxime cuando unos días antes de que lo pillaran con las manos en la masa, subía mensajes a Twitter donde pontificaba: «Es una vergüenza que tengamos a cuidadoras sin pagarles la seguridad social».

Salvando las distancias, porque es un personaje diferente aunque abreva en el mismo partido, algo similar ocurre con el combativo Diego Cañamero.

Cierto que hay que ser despiadado para no ayudar a tus hermanos y que la caridad, antes incluso que por ti mismo, comienza con tus familiares, pero repartir pisos y solares entre la parentela, aprovechando que estás de alcalde del pueblo, no es de recibo.

Los diputados, los jueces, los curas, los maestros, los militares y si me apuran, hasta los periodistas, ocupan un espacio elevado en la sociedad que conlleva ciertos privilegios e ineludibles obligaciones. Entre estas últimas se incluyen ser coherente y dar buen ejemplo o por lo menos no darlo malo.

Cuando existía en España la mili, una de las primeras cosas que te inculcaban en los cursos de IMEC, de los que salías alférez o sargento, era que el mando comía y se acostaba después que la tropa. Poco sacrificio o esfuerzo puedes exigir a tus hombres a la hora del combate, si te han estado viendo tirarte como una fiera antes que nadie a la olla de patatas, a la hora del rancho.

Como rezaba un viejo refrán español ya en desuso, «en la vida hay que elegir entre el parné y la Marcha de Infantes». En otras palabras: si buscas pasta o privilegios no entres en Política.