Pedro Narváez

La semana de los friquis

La Razón
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Cuando Arriola restó importancia al ascenso de los de Podemos tildándolos de friquis no sabía, craso error, como los que suele tener el gurú monclovita vuelto a la primera línea de combate, que esta especie tan amplia como heterodoxa, se reproduce de tal manera que no quedará más remedio que llamar a este siglo el de los friquis, de la misma manera que el XVIII pasó a la historia como el de las Luces o el XVI y el XVII como los de Oro, si bien los genios de la época bien podían ser friquis sin menoscabo de su inteligencia. Don Quijote hoy sería un friqui que iría detrás de los corruptos y abrazaría a los molinos de viento en la Cumbre del Clima. Quevedo trazaba con la misma maestría su soneto del polvo enamorado que las «Gracias y desgracias del ojo del culo», excelso momento del friquismo ilustrado que serviría de adenda a algún programa electoral hecho a la carrera. Ejem. Hablamos de una corriente transversal, que es lo que se lleva, y que toca a genios y zopencos y a todo el arco ideológico. El friqui, antes que de derechas o de izquierdas, es friqui. ¿Lo es más Monedero o su padre? ¿el «hipster» del PP o la ex concejala despelotada de Ciudadanos? ¿Las increíbles propuestas «last minute» de Rivera? ¿Las referencias a su altura de Pedro Sánchez, el increible hombre menguante a decir de los analistas de la cosa? ¿el House Water Watch Cooper de Iglesias? Ustedes dirán. Todo viene porque el próximo fin de semana se estrena «Star Wars», con su legión de admiradores friquis, el acabose, y se celebran las elecciones generales. Los astros se conjuran para el estallido de una galaxia muy muy cercana. Darth Vader vota a Podemos, ahora que intenta no ser el lado oscuro de la fuerza. Chewaka, que tiene mucha barba, lo haría al PP. Momentazo.Y la espada láser se la quedará Naranjito, friqui de la regeneración espasmódica, el candidato del que no se sabe si viene o ya se ha ido, y al que la campaña se le hace larga y llena de sobresaltos como el camino al reino de Oz. Párese señor Rivera, que nos está mareando. El microcosmos de España, empero, este país chiquitito que aspira a ser grande y alto como la luna, no puede compararse con el «big bang» de EE UU, la mayor fábrica de talento y de friquis; he ahí Donald Trump, el hombre que lo más serio que puede mostrar es el teñido rubio de su pelambrera y el recauchutado mamario de la que podría ser la primera dama de la Casa Blanca. Trump era como el pato Donald, su tocayo, un chistoso al que no se le entendía nada, un Arévalo haciendo de gangoso, hasta que recuperó la dicción y se le entiende demasiado. Trump nos estampa la teoría posmoderna de la sociedad del espectáculo. Lo añadiríamos en la lista de friquis si no fuera porque es peligroso, una bomba andante que quiere acabar con las otras con recetas explosivas. Trump sería un friqui pero a la manera de Kim Jong-un, hombre del que cuesta muy poco reírse hasta que te echa a los perros hambrientos para que te merienden, o como Maduro, al que se le aparece el pajarito «kitsch» mientras manda a pudrirse en la cárcel a unos opositores. El lunes, tras el cara a cara, tendremos más argumentos para dirimir quién gana en esta guerra planetaria y estaremos más cerca de saber qué parte de la saga creada por George Lucas nos gusta más. Para friqui, yo el primero.