Estados Unidos

La vieja dama gris

La Razón
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El imprescindible Gay Tales abandonó «The New York Times» para poder escribir la biografía del diario en «El reino y el poder», preludio de lo que luego se entendería como nuevo periodismo y retrato de las luchas entre las familias propietarias Ochs y Sulzberger. Tales adora la polvorosa redacción donde ratones provectos redactan los obituarios de prometedores de veinte años y mueren antes que ellos quedando para un becario rematar la lista de asistentes al sepelio y el descanse en paz. Como lo que no es tradición es plagio el nuevo periodismo es muy viejo y europeo. Tom Wolf es gurú por cinematografiado pero lo preceden Indro Montanelli, Oriana Fallaci, Curzio Malaparte y el más reciente activista periodístico polaco Kapuscinski. En la hemeroteca del «Diario de Cádiz» de los hermanos Joly, yacen crónicas de nuevo periodismo sobre la botadura del submarino de Isaac Peral. Los cabezas de huevo de la sección editorial del «Times» forman un buen tanque de pensamiento y aún siendo afines al partido del burro padecen en ocasiones un daltonismo de caballo. Sugieren que Cataluña vote no a la secesión, que es como pedir que el Congreso destituya a Trump por mayoría absoluta. La Constitución estadounidense de 1787 es la decana por su brevedad y claridad (7 artículos) y sus 27 enmiendas, algunas derogadas. Pero si dura es porque está blindada. Para enmendarla (y más con una propuesta separatista) es necesario el acuerdo de dos tercios del Senado y la Cámara de Representantes o dos tercios de las legislaturas estatales. De llegar a acuerdo este debe ratificarse por las tres cuartas partes de las legislaturas de los Estados. Tan largo y dificultoso camino no lo ha emprendido nunca nadie. La Constitución española está abierta a una modificación secesionista, pero cuando los texanos, hawaianos o puertorriqueños piden la independencia les remiten a los pasos tasados del artículo V. Tales advierte desde su ancianidad que «La vieja dama gris» pierde el rumbo en ocasiones a favor del «Washington Post» o hasta del «Los Angeles Times». Que la élite editorial del neoyorkino desconozca la ley española es grave, pero inconcebible que no se sepa la suya ni la tenga por modélica, urgiendo a un aliado principal soluciones británicas o canadienses. Además de la tonelada de papel dominical lo mejor de «La vieja dama gris» son los obituarios.