Antonio Cañizares

«Laudato si»

La Razón
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Fiel a su nombre, Francisco, el Papa, afronta el gran tema de la ecología. La encíclica toma su título del «Cántico de las Criaturas», de San Francisco, en el que el santo de Asís recuerda que la tierra es nuestra hermana, nuestra casa común, de la que formamos parte, porque somos tierra y en ella habitamos y vivimos. Todo su conjunto constituye una extensa, equilibrada y gran defensa de la naturaleza y una llamada vigorosa a su protección, a la que está unida la protección y defensa del hombre, inseparablemente, por ello habla de ecología integral.

No es nuevo su magisterio sobre este tema en la Iglesia, ni en el magisterio de los Papas. Tanto el Beato Pablo VI como San Juan Pablo II o como Benedicto XVI ya se ocuparon de él, magistralmente los tres, por cierto. Francisco continúa este magisterio y lo amplía, porque así era necesario en estos momentos. De unos años a esta parte la temática relativa al cuidado y salvaguardia del ambiente natural se encuentra en el mismo centro de un vivo y denso debate. Se han multiplicado las alarmas por el futuro del planeta al considerar la gravedad del efecto de eventos naturales y sobre todo teniendo en cuenta –a la vista está– el comportamiento irresponsable y autodestructivo del hombre (sobre todo del hombre occidental) ante la naturaleza. «Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, el hombre corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación. No sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultar intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera». (Son palabras de Pablo VI en «Octogésima Adveniens», 21)

Por ello, ¿cómo no preocuparse seriamente, hasta convertirse en una cuestión mayor para los estados del mundo, de los peligros causados por el descuido, e incluso el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado? ¿Cómo, dirá el Papa Benedicto XVI en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de hace unos años, permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertización, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? ¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados «prófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en el que viven –y con frecuencia también sus bienes– a causa de su deterioro para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales? Todas éstas son cuestiones que tienen una repercusión profunda en el ejercicio de los derechos humanos como, por ejemplo, el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud, y al desarrollo» (M 4). O cómo dirá el Papa Francisco en esta encíclica, dar la espalda al clamor, al gemido, que nos llega de la misma Tierra, «a la protesta por el daño que le hacemos a la hermana tierra por el uso irresponsable y el abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella». Su gemido, unido al de los pobres, interpela nuestra conciencia a «reconocer los pecados contra la creación».

Es de tanta importancia el tema que hemos de reconocer que es preciso vincular la preocupación y el cuidado de la naturaleza nada menos que al desarrollo futuro de los pueblos y al futuro de la paz en el mundo. La relación del hombre con el ambiente natural y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad (CV48).

Al margen de manipulaciones ideológicas que se puedan hacer de esta cuestión y de posibles intereses parciales que nunca faltan, se comprende ciertamente que todo cuanto se refiere a la problemática ecológica esté puesto en primer plano de la actualidad. El respeto a lo que ha sido creado tiene grandísima importancia, sin duda alguna, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios», y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad.

Me van a permitir una concreción obligada, que también se encuentra en la encíclica, me refiero a la cuestión del aborto, incompatible con una ecología integral. Por cierto, a este respecto y sin pretender ninguna polémica, me pregunto hace ya meses: ¿por qué el Tribunal Constitucional no resuelve y dictamina, por fin, sobre la ley vigente que da normas sobre el aborto? De su retraso están derivándose muchas muertes de seres no nacidos. Espero que también este Tribunal pueda tener en cuenta, además de otras razones, la ecología integral de la que nos habla Francisco de tantísimo alcance para el futuro del mundo y de la humanidad.

Por último, sin hablar explícitamente de la ideología de género, toda la enseñanza sobre la ecología integral del Papa Francisco la destruye por completo y la deja sin argumentos de razón alguno: la ideología de género es contradictoria enteramente con la ecología en general, y todavía más con una ecología integral; urge superar esta ideología si queremos salvar el planeta, al hombre mismo.

Estamos ante una encíclica muy importante, que marca un hito en la historia y en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, como lo marcó, en el siglo XIX, la encíclica «Rerum Novarum», de León XIII. ¡Gracias, Papa Francisco!