Luis Alejandre

Líderes y liderazgo

Acostumbro a interrogar a jóvenes cuando coincido con ellos en un encuentro o conferencia: ¿Cómo se llama el presidente de la Confederación Helvética?

Normalmente no encuentro respuesta, cuando casi todos los presentes saben que Suiza es un país rico, culto, situado en el centro de Europa , con una larga tradición democrática, uno de los pocos países europeos que supo resistir a las amenazas de Hitler –que no se atrevió con el millón de hombres en armas que desplegaba sobre su difícil orografía–, y que aun hoy está orgulloso de cómo entienden sus ciudadanos los temas de seguridad y defensa.

La estructuración de sus cantones, un buen sistema de contrapesos políticos, el respeto a las características lingüísticas y culturales de cada trozo de su territorio, no hacen precisa la existencia de un líder representativo: lo eligen por turno –casi de oficio– anualmente.

Aquí, asociamos normalmente los momentos históricos con personajes determinados: la Transición a Adolfo Suárez; el socialismo a Felipe González; la formación del Partido Popular a José María Aznar. Y cuando parecía que el paso del tiempo nos llevaba a un modelo menos personalista, más compensado, apoyado en la alternancia política y en el equilibrio de poderes, consolidando un estado de las autonomías que acercaba el gobierno a los gobernados, es decir que estructurábamos un sistema que no precisaría más líderes que los «premier» de turno, el modelo no se consolida. La crisis económica y los escándalos de corrupción que han sacudido a estructuras políticas centrales y autonómicas, nos han llevado a poner en duda la propia Transición, a las propias instituciones del Estado nacidas de ella, a los partidos y a los sindicatos. Nos hemos alejado de un sistema electoral menos crispado, más fluido como el norteamericano donde cuesta distinguir a un demócrata de un republicano salvo en los momentos de elecciones. Aquí hemos vuelto a los posicionamientos de trinchera; a llevar la contraria al adversario aunque sepamos que tiene razón; a evocar doctrinas y gestos que creíamos demolidos, a la vez que se vino abajo el Muro de Berlín.

Resumo. La crisis económica, con trágicas ramificaciones sociales, –no descubro nada– ha propiciado la aparición de unos líderes que intentan llenar los vacíos nacidos de la decepción y el desengaño. Y una de las características de estos movimientos, es su peculiar apego a una persona. Es como un «volver a empezar» con el riesgo que entraña poner todo un capital de ilusión, de compromiso, de trabajo y esfuerzo en manos de un solo líder salvador. Ya vemos lo que pasa hoy con un partido en el que su líder –lideresa en este caso– lo asumía prácticamente todo. Y cuando alguien ha disentido o simplemente ha propuesto otro camino, se le ha neutralizado.

Churchill , desde su larga y a veces amarga experiencia, diferenciaba sabiamente al líder del liderazgo: «en nuestra organización todo es servicio a los otros»; «el liderazgo no es acerca de usted, es acerca de la organización de la gente que trabaja para ella»; «busque gente con ambición que trabaje para la organización, no gente ambiciosa». Y Lynda Gratton de la London Business School reflexionará: «el papel de un buen líder se centrará cada vez menos en controlar y mandar y mas en propulsar energías y permitir que surjan los grupos de forma voluntaria»; «los líderes con éxito no empiezan preguntando: ¿qué quiero hacer?, sino que preguntan: ¿qué debe hacerse?».

Hay ejemplos para todo. He conocido a falsos líderes –aun anda coleando alguno de ellos vendiendo cotilleos e intentando ofender a compañeros de armas leales y dignos- cuyo único interés consistía en rodearse de gentes –por supuesto sumisas– que no le pudiesen hacer sombra. Como también he conocido a otros que con verdadero liderazgo impulsaban, animaban, estimulaban y no les costaba nada decir –inteligentes– que sus subordinados eran mejores que ellos en muchos aspectos. El componente esencial de su liderazgo lo componían el propósito, la dirección y la motivación, siguiendo una regla sencilla apoyada en la templanza, la paciencia y la coherencia. Lo que necesitamos hoy.

Cuando parece que estamos en tiempos de mudanza, es obligada la prudencia y la reflexión. Séneca nos lo advirtió: «una era construye ciudades; una hora las destruye».

Sé que no somos la Confederación Helvética. Se que arrastramos otros genes históricos. Pero también sé que atesoramos muchas virtudes aunque nos cueste canalizarlas en un esfuerzo común. Y tengo mis dudas de que más allá del encanto y fascinación de unos personajes con indiscutible atractivo, que se aprovechan de los momentos de desencanto utilizando medios modernos de comunicación , encontremos el camino.

El «mirar atrás» y el «volver a empezar» deberían quedar sólo para nostálgicas letras de bolero