Ángela Vallvey

Lobos

La Razón
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Dicen que fue una de las madres de los (ya hombres) que componen este siniestro grupo quien los bautizó como «la manada» porque iban siempre juntos, desde pequeños. Ellos han asumido bien el calificativo: casi todos llevan tatuajes, y los lobos destacan como un motivo con el cual se identifican. «El poder del lobo reside en la manada», reza alguna de las frases tatuadas. El lobo es un depredador que, antaño, medraba en los bosques. Los cuentos infantiles clásicos están llenos de lobos que se comen a las niñas. La sabiduría popular convirtió al lobo en el peligro siempre acechante; mediante la imagen del lobo se trataba de advertir a las criaturas de las amenazas del mundo, para que tuviesen cuidado y lograran sobrevivir. La infancia y la adolescencia son épocas llenas de riesgos, trances y posibles desdichas. Y si no que se lo pregunten a la joven que protagoniza ese vídeo vergonzante presentado como prueba del delito, y como eximente. Una chica que tenía 18 años cuando cayó en sus garras. Mayor de edad por poco. Los lobos de esta infausta manada de tarados (¿esta vez sin el «presuntos» delante?), se dijera que no son nada tomados de uno en uno si, para saciar su nefasta sexualidad, parecen necesitarse unos a otros. De momento, son «presuntos» violadores en grupo. La que no parece ser presunta, claro, es la «víctima», que aquella amarga noche de fiesta descubrió que el mundo está lleno de lobos. Como advertían los cuentos que, quizás, ni ha leído ni nadie le ha contado.