María José Navarro

Lodos

Del alcalde de Valladolid ya se ha dicho todo. Pues bien, digamos alguna cosa más. Digamos, por ejemplo, que en lo suyo, en lo de los comentarios rijosos, es un campeonísimo. No es la primera vez que escuchándole dan ganas de meter la cabeza en un cubo. Para la historia quedará aquel «cada vez que veo esos morritos pienso lo mismo pero no lo voy a contar», refiriéndose a la entonces ministra de Sanidad, Leire Pajín. O aquel delicioso «me han acusado de todo menos de violar a la candidata, pero se comprende», dirigido a la actual portavoz socialista en el Congreso de los Diputados, Soraya Rodríguez, oponente de León de la Riva en las municipales de dos mil siete. Pero digamos que con lo del ascensor este caballero ha estado cumbre. Porque más allá de la arcada seca que producen sus insinuaciones, sorprende, sobre todo, la seguridad en si mismo, la arrebatadora autoestima. Yo calculo que a estas alturas deben ser millones de mujeres las que, poniéndose en la situación, habrán optado por subir andando a todos lados. El alcalde de Valladolid merece un premio por contribuir a la vida saludable, oigan. León de la Riva ha dicho después que se le malinterpretó y que se sacó de contexto su comentario, pero parece evidente que las señoras sabemos entender los contextos e interpretar correctamente sin necesidad de arrancarnos la falda. No obstante, seríamos injustos desde aquí si pensáramos que el caso de este señor es único y singular. La otra noche, mientras se disputaba la final de la Supercopa, un chavalito escribió en su Twitter: «Cómo está la furcia que tiene detrás el Cholo». De aquellos alcaldes, estos lodos, amiguitos.