Partidos Políticos

Los enemigos

La Razón
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Entre las muchas perversiones que este tiempo postelectoral ha provocado, quizá la peor sea la creencia de que las campañas no han servido para nada, y tampoco serán útiles en el futuro. Comprendo a los que dicen estas cosas –yo mismo me he referido algunas veces a los debates, discursos, mítines y ruedas de prensa de manera despectiva, pero la culpa no es de las campañas, sino más bien del uso que hacen de ellas nuestros políticos.

Uno de los argumentos que los enemigos de las campañas esgrimen son las recientes encuestas que señalan –salvo error– pocos cambios en la intención de voto. Otro es su coste: más de 130 millones euros en las elecciones de 2015, a repartir entre las administraciones públicas (que aportan más de 55 millones); correos (48) y logística electoral (casi 26). Pero los que analizan tanto gasto, se equivocan al no compararlo con el de países vecinos. Una tercera razón de los anticampaña es el gasto desmedido de los partidos políticos. En las últimas elecciones –que sepamos– el Partido Popular gastó 12 millones, elPartido Socialista 9, Ciudadanos 4 y Podemos 2,9. Argumentan que este dinero se reducirían mucho si esos mismos partidos, no recibieran las subvenciones por cada escaño que obtienen en el Congreso de los Diputados y el Senado y que supuso 5.187.000 euros al PP, 2.900.000 al PSOE, 1.800.000 a Podemos y 847.000 a Ciudadanos.

No es fácil convencerme de la necesidad de algunos de estos gastos. De hecho, el propio Rey Felipe VI ha pedido una campaña más austera, y no puedo estar más de acuerdo con él; pero los que sólo se fijan en los gastos, en el fondo, están afectados por el descrédito y corrupción que han afectado a los políticos –de todos los partidos por cierto– en los últimos años. Pero pasar de criticar a los partidos a suprimir las campañas electorales es mucho pasar. De hecho, los argumentos son contundentes. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el 35,9 por ciento de los electores decidió su voto en la pasada campaña electoral: un 10 % en los primeros compases, el 17,6 % durante la última semana y el 9,3 % ¡el mismo día de las elecciones! Y estos números crecen si ponemos la lupa en algún partido político: un 32,6 % de los votantes de Podemos decidieron su voto a la formación morada durante la última semana. Es decir, las campañas sirven, al menos a aquellos que saben utilizarlas. Creo que ahí está la clave de la cuestión.

Porque todos –partidos, ciudadanos, instituciones– están de acuerdo en abaratar la campaña; pero no todos se han puesto de acuerdo en cambiarla. Y lo que diferencia estas últimas campañas de las anteriores –¡no digamos nada de aquellas primeras!– es el tono agresivo y destructivo que les ha caracterizado. Y llamo destructivo al insulto y agresividad gratuita, pero también a la descalificación de un partido por parte de otro con argumentos que tumbaría un niño de doce años. Lo acabamos de ver en boca de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, quizá para que no pensemos que el «no, no, y mil veces no» era patrimonio exclusivo de Pedro Sánchez.

Por cuestiones de trabajo acabo de leer algunos de los discursos de Adolfo Suárez en mítines de la campaña del año 1977. Transmitían ilusión y optimismo, algo muy distinto a la colección de reproches con que unos y otros nos aburren y distancian. Habrá que volver a aquello, porque los ciudadanos no sólo ven útiles las campañas electorales, sino que éstas se hacen más necesarias que nunca para regenerar nuestra política y la democracia.