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Los palmeros de Lanza

La Razón
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El responsable del asesinato del hombre de los tirantes rojigualdos es el chileno Rodrigo Lanza. Él y nada más que él. Pero las loas a esta repugnancia ética y estética tras dejar tetrapléjico a un guardia urbano de Barcelona con cuatro hijos hace 11 años nos llevan a preguntarnos en qué mundo vivimos. La respuesta resulta perogrullesca. Esta España nuestra se ha convertido en un estercolero en el que todo vale y en el que se olvida con peligrosa frecuencia que la ética, la verdad y la objetividad no son de derechas o de izquierdas sino valores tan transversales como universales.

¿Por qué Rodrigo Lanza llegó donde llegó? Fundamentalmente porque cuando uno parece un psicópata, mira como un psicópata, habla como un psicópata y actúa como un psicópata lo normal no es que sea una monja clarisa sino un psicópata. Y accesoriamente porque buena parte de la España oficial se dedicó a lavar su imagen. Donde había un criminal nos presentaron un santo. ¿Se habría crecido como se creció tras salir de la cárcel si el Ayuntamiento de Barcelona, Ada Colau, Podemos, Pablo Iglesias y hasta la número 5 de la lista de Ciudadanos al Parlament no se hubieran dedicado en cuerpo y alma a defender su inocencia y a presentarlo como «víctima de la represión policial?» ¿O si los rotundamente sectarios Jordi Évole, Julia Otero y Gemma Nierga no se hubieran puesto incondicionalmente de su lado? La respuesta la tuvimos hace una semana en un bar zaragozano de casposo nombre: El Tocadiscos.

Es impresentable que se haya destinado dinero público a amparar, ensalzar y relativizar los sangrientos desmanes de esta rata humana. El Ayuntamiento de Colau ha regalado 54.000 euros a la asociación (Iridia) de la madre del criminal. Tres cuartos de lo mismo hizo el corrupto Trias, que en 2015 premió con 7.000 euros esa basura de documental llamado Ciutat Morta en el que se retrataba al pájaro como una suerte de Gandhi local. La pasta no salió de las cuentas suizas del entonces alcalde sino del contribuyente barcelonés.

Me aterra el panorama que estamos dejando a nuestros hijos. Un hábitat en el que los buenos son sistemáticamente ultraizquierdistas y asaltaviviendas (me niego a llamar «okupas» a delincuentes allanadores de morada) y los malos los policías, los jueces y los fiscales. Cuidado porque algunos de los peores regímenes de la historia empezaron así: normalizando el mal.