Ángela Vallvey

Manadas

La Razón
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No solo los miembros de «La Manada» han protagonizado supuestos abusos o violaciones en grupo. Hay más casos sin repercusión mediática: en diciembre (2016), cuatro hombres de entre 26 y 32 años fueron acusados, en Canarias, por la Guardia Civil, de agresión y abusos sexuales a una joven que estaba borracha y fue sometida –cosa que no debe resultar difícil con una muchacha ebria–; la dejaron tumbada en el suelo y un quinto hombre, que al parecer pasaba por ahí, decidió aprovechar la triste situación –como quien encuentra unos restos, ropa tirada en plena calle– para intentar cometer su propia violación. Unos meses después, la Policía detuvo en Sevilla a otros cuatro jóvenes menores de 30 años por la presunta agresión sexual a una chica, que amaneció en estado de shock al día siguiente, aturdida y sin habla. Cuando pudo expresarse, dijo que los cuatro habían hecho turnos para abusar de ella. No hace mucho, tres jóvenes jugadores de un club de fútbol, fueron encarcelados por, supuestamente, hacer lo mismo con una menor. Recordemos que, dada la edad de la chica, aunque ella hubiese consentido, habrían cometido un delito, según la ley. Denunció la madre de la adolescente. Otro jugador de fútbol, Robinho: condenado a 9 años de cárcel por un tribunal italiano (está libre, en Brasil) por violar en grupo a una joven albanesa de 22 años en 2013... Seguramente, deberíamos añadir todos los casos que no conocemos porque no llegan a los tribunales, por impotencia de las víctimas, falta de pruebas, vergüenza... Se detecta, sin duda, una clara tendencia: las violaciones en grupo parecen algo a lo que no son ajenos –como fantasía, o como siniestra realidad criminal– algunos hombres jóvenes. Quizás los que se han formado con el porno y unas costumbres sexuales que han abandonado la sentimentalidad, sustituyéndola por la genitalidad y el menosprecio de la mujer. ¿Qué está pasando? Algunas pistas: Internet ha introducido el porno en la vida de los niños, destrozando la infancia. La televisión, degradada, también contribuye desde hace lustros con programas ofensivos y bochornosos, que publicitan modelos de conducta sexual anómalos, enfermizos, dándolos por comunes y corrientes, en los que se muestra a las mujeres jóvenes como si fuesen entusiastas prostitutas. Unos padres, trabajadores ambos, agobiados, ausentes de la educación ética de sus hijos, y maestros impotentes, destituidos por la ley, incapaces de ejercer de autoridades morales..., han hecho el resto.