Alfonso Merlos

Matonismo y anacronismo

Los bribones que ocupan ilegalmente Gibraltar no han elegido el peor camino para resolver la crisis. Han escogido el único que conocen: el de la amenaza, la macarrada, la intimidación, la golfada; en definitiva, de los matones se puede esperar poco más que el ejercicio zafio y sostenido del matonismo.

Y ahí están. No sólo comportándose como cafres y como guarros que se niegan a sacar las 210 toneladas de hormigón y de hierro que hundieron en aguas españolas. Por añadidura, están alentando declaraciones bufonescas como las de este pobre hombre, que desde su escaño de eurodiputado, reclama que la familia real británica eche más leña al fuego del conflicto. Pero en todas partes, también en lo más gamberro y tonto del Reino Unido, hay algún lunático que confía en sofocar el incendio arrojando más gasolina y encendiendo más cerillas. ¡Qué le vamos a hacer!

Cosa distinta es que nos planten un portaaviones en pleno conflicto y que presenten el numerito y la provocación bajo las coordenadas de «visita rutinaria». Planificadas o no las maniobras, con mayor o menor número de barcos involucrados, las dos partes saben que no es así; que se trata de un nuevo e inamistoso gesto, que Londres usa sus históricas malas artes –¡tan impropias entre aliados!– para marcar el territorio, como el perro lo hace cuando mea.

Ya señalaba Kissinger que lo que distingue a un estadista es la capacidad para encarar problemas sabiendo que puede, debe y va a resolverlos. La pelota está en el tejado de Cameron. Es él quien debe probar que su talla como dirigente está en las antípodas de ese pigmeo encima de una roca, de ese esbirro resentido, de ese mercenario demodé, del tal Picardo.