Luis Alejandre

Mediterráneo en dos versiones

La Razón
La RazónLa Razón

Coincido con Fernand Braudel (1902-1985) en mi «amor apasionado por el Mediterráneo». Nací en él y vivo en él como mi universo de sentimientos. Mare Nostrum es por un lado esencia, cuna, vía, canal, abrazo de hermano; pero por otro es frontera, distancia, patera, borrasca, secuestro, cautividad, guerra, muerte.

No es necesario que recuerde las cifras de los seres humanos que a través del Mediterráneo huyen hoy del hambre o de la guerra. Y cuántos han dejado su vida en el intento. No es la primera vez en la historia. Para conocer las causas, deberíamos remontarnos a las consecuencias de las Guerras Mundiales, al colonialismo impuesto por potencias europeas y a un pésimo proceso de descolonización impulsado tras las murallas del Kremlin, con más interés en debilitar al bloque occidental que en conseguir mayores cotas de libertad y bienestar a quienes bajo la bandera de la libertad no tenían capacidades para sobrevivir en el difícil mundo de hoy por falta de estructuras políticas, culturales y sociales.

Pagamos caros los estados fallidos porque son fuente permanente de inestabilidad que no sólo afecta a sus nacionales, sino que nos llega a todos. Basta ver la procedencia de los miles de seres humanos que buscan la orilla norte mediterránea, para saber dónde se construyeron sociedades políticas fallidas, sin una base humana dotada de capacidades y ética suficientes para conducir un país. Y en el río revuelto del vacío de poder emergen los fanatismos, las guerras de religión, la trata de seres humanos, el odio hacia el otro expuesto con tintes dramáticos en las redes sociales.

La Copa del Rey Panerai de vela, reúne cada año en el puerto de Mahón una muestra de los más bellos barcos de época que surcan nuestros mares. Alguien ha dicho que ninguna regata española alcanza los índices de elegancia de este encuentro. Fiel a la cita, ha llegado como cada año, una Agrupación de la Marina Militar italiana que compagina el adiestramiento de los alumnos de su Escuela Naval de Livorno, con el homenaje y recuerdo de otros jóvenes marinos que en 1943 arribaron al puerto de Mahón, náufragos del acorazado «Roma» hundido por la aviación alemana –sus compañeros del Eje unas semanas antes– en las Bocas de Bonifacio el 9 de septiembre del referido año. De los algo mas de 2.000 hombres que formaban la dotación del «Roma», 1.395 murieron, entre ellos el propio almirante Bergamini, Jefe de la Flota. El resto fue socorrido en la zona por tres destructores y un crucero ligero y evacuados, no sin dificultades, al puerto neutral más próximo de la catástrofe: Mahón. Trece de los náufragos habían fallecido en el trayecto; otros tantos murieron en los primeros días a consecuencia de sus quemaduras y heridas en el Hospital Militar de la Isla del Rey. Impagables los enormes esfuerzos de su plantilla de médicos, enfermeros y religiosas, entre los que destaca la figura del capitán médico Bernardo Sampol. Hay que imaginar cómo tuvo que reaccionar el cirujano cuando de golpe se tuvo que hacer cargo de cerca de trescientos quemados y heridos. A día de hoy una fundación sin ánimo de lucro conserva in situ todo el recuerdo de aquel trágico 1943. Italianos descendientes de aquellos náufragos, junto a españoles hermanos custodian y miman el recuerdo de aquellos jóvenes italianos.

El centenar largo de alumnos de la Escuela Naval de Livorno escuchaban atentos el relato de aquellos hechos, conscientes como primera lección, de que la geografía marca la historia de los pueblos. ¿Qué les podemos enseñar a nuestros hermanos italianos en este aspecto? Ellos que a través del Imperio Romano nos abrieron al mundo mediterráneo. Ellos que hoy sufren las avalanchas migratorias que parten del norte de Africa. Su Marina Militar sabe mucho de ello.

La lección en el contexto de hoy la dio a sus alumnos el contralmirante Maurizio Ertreo, el comandante de su Escuela Naval. Ertreo es hijo de uno de los supervivientes del «Roma». Recorrió las salas del viejo Hospital de la Isla del Rey, en silencio, como abstraído. Leyendo uno a uno los partes médicos de los enfermos, se detenía: «Este es el padre de un compañero mío» y se estremecía al ver en una hoja manuscrita firmada por el capitán Sampol «debe aumentarse la dosis de morfina para evitar sus grandes dolores». En su mirada se confundían la emoción, el recuerdo, la experiencia como marino con vocación más que consolidada, con la responsabilidad en la formación de los futuros responsables de su Marina Militar. Y les habló de Europa, de la necesidad de evitar otras confrontaciones, de la presión de los pueblos del sur, del difícil e incierto futuro que les aguardaba que sólo podían vencer con valores morales firmes. Humanista, amante de la Historia, les invitó a reflexionar insistiendo en que no puede diseñarse el hoy sin conocer el ayer.

¡No podía dar mejor lección en un puerto español, un almirante italiano!