M. Hernández Sánchez-Barba

Memoria de García Márquez

Gabriel García Márquez ocupa un lugar relevante en la historia literaria. La ingente cantidad de ensayos, estudios y artículos acerca de este autor colombiano, genial inventor de lenguaje, expresiones de sorprendentes contrastes entre el español tradicional y la dicción americana, de formidable eficacia representativa, en la que se mezclan fragmentos de la vida real ocurrida con sueños irreales y viejas leyendas que acaban de dar cuerpo y vivencia a una realidad nueva y diferente, que convierte la novela en experiencia reelaborada, constituida con personajes, realidades y ambientes creados como un caleidoscopio hecho con fragmentos de unos y otros; una realidad transformada por el autor mediante la inserción de un tiempo mítico circular sobre el tiempo lineal histórico. Tiempo en momentos no sucesivos, con instancias hacia atrás y hacia adelante debido a la circularidad mítica, en contradicción permanente con el tiempo intelectual de la Grecia clásica y con el tiempo profético del judaísmo. Ello le permite en su obra más decisiva –«Cien años de soledad»– narrar una «duración» a través del «incesto» en la escenografía de Macondo dentro de una intemporalidad que se proyecta en el «destino» mediante una arquitectura circular que sostiene la narración.

Quiero llamar la atención respecto a la novela de 1992 «El general en su laberinto», que se refiere a la intimidad de Simón Bolívar, cuando enfermo espiritualmente de muerte, absolutamente vencido en su comunicación con la sociedad, en la relación con ella sobre el gran tema de la unidad constitucional, se encuentra totalmente abandonado, sumido en el más absoluto pesimismo respecto al porvenir de la América española después de su independencia y decide abandonar América y navegar rumbo a Europa. Se trata de una de las mejores novelas de García Márquez sobre la cual ha investigado la licenciada Montserrat Iglesias Berzal. Fue escrita sobre una idea de Álvaro Mutis, en la que éste proyectaba describir el viaje final de Simón Bolívar por el río Magdalena hacia el exilio. Mutis olvidó el tema tras publicar un anticipo del libro, titulado «El último rostro», y transcurridos diez años lo retomó García Márquez, junto con la idea de su novela «El amor en los tiempos del cólera» (1985), en la que el río es protagonista para ponerlo como dirección de salida de Bolívar, desde el interior de la tierra hacia el Océano, diametralmente opuesta a la entrada desde el mar a la tierra del conquistador Ximénez de Quesada.

El principal personaje de esta novela es Simón Bolívar, el cual se planteó en su acción política como primer problema el de los orígenes, es decir, la identidad. Deseaba ser «lo nuevo», pero sobre todo «lo primero», quizá «lo único». De modo que el choque de sus ideales vivenciales con la realidad social, la incomprensión, los movimientos nacionalistas promovidos como reacciones colectivas por personas con ideas distintas a las suyas le lleva a emitir aquella tremenda frase: «He estado arando en el mar y sembrando en la arena». La tragedia de Bolívar sólo puede comprenderse profundizando por vía literaria su conciencia personal. Es lo que García Márquez lleva a cabo siguiéndole en su cabalgata trágica por el río Magdalena hasta alcanzar Santa Marta. La crítica literaria –Carlos Fuentes, Luis Harss, Gullón– insiste, al analizar la novelística, que su estructura se ajusta a la historicidad, siempre en función del personaje. Pero son los historiadores los que han señalado que la narración del Premio Nobel de 1984 se mantiene en una tensión semejante a una tragedia de Sófocles, quien manejó con máxima profundidad el lenguaje del «pathos», en el cual el personaje proclama sus emociones con palabras inmediatas, sumido en un sentimiento profundo y personal: la pasión respecto a la lógica de la realidad. Es en lo que ha insistido con singular acierto la profesora de la Universidad Complutense Almudena Hernández Ruigómez en su excelente estudio histórico biográfico sobre Simón Bolívar, planteado como la comprensión de una empresa histórica de conocimiento, en la que el choque con la historia vivida lleva a la conclusión de que lo existente no debe ser. García Márquez, desde la creación literaria subyacente en la novela, penetra en el subconsciente: la pasión ha promovido una gran idea que consiste en derrocar lo existente. Pero cuando cree que lo ha conseguido, penetra en la situación, lo que le sume en el laberinto.

«La historia –decía Bury– es una ciencia, ni más ni menos». Para Gabriel García Márquez, que sabía que «ciencia» significaba cualquier cuerpo organizado de conocimiento, no era ni más, ni menos: era fantasía creadora. Al huir del acontecer, García Márquez se nos ha ido a un lugar donde nunca podrá encontrar un galeón español en la selva virgen. Nos quedamos con su memoria y su inmenso continente literario, donde la razón ha cedido el puesto a la fantasía.