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Mi vida sin mí

La Razón
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No sé si me gustaría que me replicasen una vez ya no estoy en este mundo. Simplemente, porque no sería yo y me perdería el disfrutar de mi propia vida, una que ya no tendría físicamente.

En aquella película de Isabel Coixet («Mi vida sin mí»), la protagonista, sabiendo que su fecha de caducidad se acerca, deja «muestras de su yo» para la posteridad, una suerte de «yo virtual» del siglo pasado. Hasta la fecha, cuando alguien fallece, sólo nos queda la magia del recuerdo y las vivencias que hemos tenido con esa persona –las cuales albergamos en la memoria de nuestra alma–, las fotos, y los vídeos caseros... Y, sobre todo, tenemos los sueños: el lugar donde recreamos la simulación de una vida que continúa más allá de la propia vida. ¿Quién no ha soñado con una persona que ya no está en este plano? A veces, el sueño es tan vívido, tan real... que creemos que, al abrir los ojos, esa persona estará allí y la podremos abrazar. La realidad física incluye la del alma. Empero, a la inversa, no siempre es así. Por eso podemos reunirnos en los sueños, el espacio que el alma ha creado con el propósito de alejar la tristeza y servir de bálsamo para el corazón cuando nos alcanza la pérdida de un ser querido. Ya no podemos estar juntos a nivel físico, pero seguimos conectados a nivel de alma porque esos lazos son eternos.

En el sueño, la persona que se fue suele aparecer joven, alegre y luminosa. Quizá sea así el lugar al que vamos cuando todo acaba aquí. Aunque algunos, como sucedía en la serie «Entre fantasmas», se quedan atrapados y necesitan de alguien que les guíe hacia la luz. Tal vez los médium estén acostumbrados a ver fantasmas... Pero, ¿a usted le gustaría que le convirtiesen en uno sin su permiso? A lo mejor, ahora algunos se les aparecerán a sus familiares para reclamarles derechos de imagen. Morir para ver...