Carlos Rodríguez Braun

Nacionalismo y refugios

Cuando el doctor Johnson sentenció famosamente: «El patriotismo es el último refugio de los canallas», no se estaba refiriendo en verdad al amor a la patria sino a su adulteración y abuso. Y un antiguo abuso de los nacionalistas, como sucede con todas las variantes del antiliberalismo, es el quebrantamiento de derechos y libertades individuales por mor de engañosas consideraciones de carácter colectivo.

Una de las más sobresalientes de estas invenciones es la supuesta necesidad de la coerción pública para proteger a los débiles, a los que en el caso del comercio se identifica con los pequeños.

Esto es una falacia (porque el mercado no premia al grande sino al eficiente, que no es lo mismo), pero tiene una antigua tradición que se ha plasmado en el derecho tuitivo, por ejemplo en el que considera que trabajador y empresario no pueden contratar libremente, ni tampoco el arrendador con el arrendatario. El resultado de este intervencionismo siempre es, paradójicamente, castigar al débil a quien se pretende proteger. Así, el intervencionismo en el mercado de los alquileres suele reducir las opciones para quienes pretenden conseguir una vivienda en alquiler. En el empleo, España es un ejemplo particularmente cruel de que el pretendido amparo del trabajador a través del intervencionismo le perpetra la peor de las humillaciones: el paro.

En el caso del comercio, la mentira habitual de los enemigos de la libertad, de larga data en España en general, y en Cataluña en particular, es que la comunidad se beneficia si el poder persigue con especial denudo a las grandes superficies. Esto no sólo es injusto, porque carece de toda equidad el ensañarse con un empresario por el hecho de haber tenido éxito y haber aumentado el tamaño de su empresa, sino que además no es eficaz, porque no ayuda al pequeño comercio, y mucho menos al consumidor, a quien se obliga a pagar precios mayores y a tener menos libertad de elección.

El intervencionismo de las administraciones nacionalistas en Cataluña, en el comercio y la economía como en todo lo demás, ha perjudicado a los catalanes, que han comprobado una y otra vez una vieja verdad: el poder pretende proteger, pero a la postre no sirve de refugio para las personas honradas, y en particular desampara a los comerciantes eficientes y competitivos, los que más sirven al ciudadano corriente.