María José Navarro

Normalidad

La otra noche, en la ribera del Manzanares, a servidora le hacía más falta que el comer que hubiera aparecido Julián, el enfermero de urgencias de «El Ministerio del Tiempo». Calculo que aproximadamente otras cincuenta mil personas lo echaron en falta, y eso que a Julián no le interesa nada el fútbol y que Rodolfo Sancho, el actor que le da vida, es madridista. Los minuticos que pasamos durante la tanda de penaltis, así, en general, fueron desquiciantes. Ni uno solo de los colchoneros reunidos pudo guardar la compostura, ni la tensión cardíaca que aconsejan los especialistas para llegar a viejos.

Una, que se conoce, lo que hubiera soñado en ese instante era poder tele-transportarse a una habitación acolchada e insonorizada y salir justo en el instante en el que el Calderón estallaba de júbilo por el alegrón. Ante la imposibilidad de llevar a cabo la huida, opté por adoptar la postura que te indican en los aviones que es la adecuada antes de darte una chufa: meter la cabeza entre las piernas. Así que todo lo que ocurrió lo he tenido que ver luego por la tele y, sin ser lo mismo, es fenomenal. Pero hay sobre todo algo de lo que me perdí que me ha hecho recordar para lo mucho que vale el fútbol. En estos días de zozobra y de dolor por un terrorismo agazapado a la vuelta de la esquina, la imagen de Arda Turan arrodillado y rezando orientado a la Meca es un símbolo impagable. Un musulmán sufriendo por lo mismo que la mayoría aplastante, en el mismo bando, con el mismo deseo de felicidad, siendo uno de los nuestros.

Hijo, Arda, qué suerte que nos hayas devuelto a la normalidad.