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José María Marco

Patriotismo y deporte

La Razón
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La intervención de Rafa Nadal en los Juegos Olímpicos de Río ha dejado bien claro lo que los españoles entienden por patriotismo. No es orgullo vacío, ni complacencia en un mito. Es valoración del esfuerzo, identificación con los demás, confianza en el propio país. Es verdad que no siempre se alcanza aquello a lo que todos aspiramos, que es ver la bandera de España y escuchar el himno nacional en la entrega de medallas. Pero una vez más hemos comprobado hasta dónde llega la voluntad de hacer del propio país un país mejor gracias al esfuerzo propio.

Así es como, de nuevo, el esfuerzo de los deportistas nos ha hecho mejores a todos. Los países están hechos de muchas cosas, no todas buenas –más bien al revés– pero el patriotismo es la emoción que brota cuando comprobamos que aquello que nos une a todos debería ser siempre lo mejor... y que eso está a nuestro alcance. Habrá quien diga que todas estas emociones se originan en mitos o «relatos», como se dice ahora. Como seres racionales que somos, estamos en la obligación de despojarnos de ellos para acceder a una forma superior de humanidad. Y cuando alcancemos ese grado de altruismo, ya no necesitaremos las muletas del patriotismo, que nos limitan a un grupo y además resultan peligrosas porque nos impiden comprender los motivos de quienes no son como nosotros y nos enfrentan a ellos.

Es al revés. Si el amor al propio país es la base de la disposición de una persona a servir a los demás porque sabe que depende de ellos y conoce que la patria es la definición misma del bien común, ese apego nos invita a comprender el patriotismo ajeno. Dejar atrás el patriotismo no nos hará mejores, ni más tolerantes. Nos hace más indiferentes, más frívolos, menos exigentes con nosotros mismos. En realidad, se nos está diciendo que no dependemos de nadie, que somos seres autónomos, libres. Fuera del puro ejercicio intelectual, ¿habrá quien quiera ser libre de esa manera? Lo dudo. Lo más surrealista llega cuando quienes hacen todo lo posible por acabar con la sustancia nacional y patriótica, que suelen ser, como es natural, intelectuales y académicos, nos dicen también que hemos de creer en ese «relato» para convivir. (Así lo recomendaba José Álvarez Junco en este periódico.) Los ex ilustrados descubren la superstición. Vamos progresando.