Julián Redondo

Preguntas incómodas

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El día que un jugador del Madrid diga que Messi es el mejor del mundo, o que uno del Barça afirme que como Cristiano Ronaldo no hay ninguno, se le cae el pelo. Descubierto el flanco débil y peloteril de una caseta que hace muchísimos más compañeros que amigos, la noticia sería que un niño ha mordido a un perro o que los pajaritos han disparado a las escopetas. A Marcelo se le ocurrió romper la baraja y le cayó la del pulpo al opinar, en la vigilia de un Brasil-Argentina (junio de 2012), que en esos momentos Leo era el mejor del mundo.

Tan evidente, directa y explosiva es la competencia entre Cristiano y Messi que siempre que surge la ocasión, más si se aproxima una fecha señalada como la designación del Balón de Oro, el periodista no puede reprimirse y lanza el anzuelo por si algún incauto pica. Ni uno. Marcelo escarmentó y el desdén que sufrió durante un mes de «CR7» sirvió de ejemplo para cuantos colegas o adversarios, incluidos argentinos y portugueses internacionales en activo, pudieran caer en la tentación de inclinarse por el del otro bando.

Ni siquiera los entrenadores de las dos figuras son libres para opinar. Ancelotti y Luis Enrique guardan la viña, con razón. Entre tanto, Simeone ha conseguido un refuerzo que para él es fundamental, «El Niño». Estaría gagá si dijera que Torres es el mejor jugador del mundo; pero seguro que lo ensalzará sin necesidad de recurrir a ese corporativismo que en el ámbito periodístico no existe porque hay quien sólo ve la paja en el ojo ajeno y no advierte el larguero en el propio, por ser corto de miras, por tener la vista desviada o, simplemente, porque informarse es más difícil que preguntar a Marcelo quién es mejor, Cristiano o Messi.