María José Navarro

Punto medio

El otro día entró un señor a un vagón de un tren que desembocaba en Atocha y dijo que se mataba llevándose por delante a unos cuantos. Por lo visto hubo pasajeros que hiperventilaron y otros tantos que consideraron exagerada cualquier reacción, incluida la de pegarle un tirón al freno de mano. Ya saben que en España no hay forma de encontrarle a nada el punto medio: o montamos una tragedia o despreciamos la escena. Así que rápidamente y a la par que escuchábamos y veíamos a los viajeros contar el susto gordo que pasaron, aparecieron en Twitter (cómo no) los que negaban que el señor en cuestión hubiera amenazado con hacer estallar los explosivos que supuestamente llevaba en su mochila y opinaban que el operativo de seguridad desplegado había sido un pasote que no venía a cuento. Abundan los especialistas en todo, ya lo saben Vds. Pero el mayor contraste y desproporción no esté quizá en las reacciones de unos y otros, sino en los controles de seguridad que se establecen para los distintos medios de transporte. En los aeropuertos estamos a un paso de que nos pongan en pelotas, en los trenes de larga distancia pasas la bolsita por el escáner pero podrían llevar adosado al cuerpo explosivos Rio Tinto que nadie se iba a percatar, y en los cercanías entras tan cómodo que te falta hacerlo en bata. Recuerdo ahora a mi amigo Jesús, que hace todos los días del año el trayecto Madrid-Aranjuez. Una noche, en el último tren, entró un tipo con un hacha y amenazó con filetear al vagón entero. Mi amigo Jesús no levantó ni una ceja. «¡Coño, es que iba leyendo a Álvaro Mutis!».