Alfonso Merlos

Que cada palo...

Una mentira repetida hasta en mil ocasiones de ninguna manera se transforma en verdad. Pero los socialistas siguen aferrados a los más ancestrales principios, fórmulas y doctrinas leninistas para la manipulación y el control de masas. Y, por lo tanto, lo fían casi todo y casi siempre a la propaganda, ora científica y metódicamente esparcida, ora chapucera y cutremente propalada. Todo el mundo sabe que el objeto central de la investigación de Ruz en absoluto es fijar hasta el detalle los vastos mecanismos de financiación ilegal del PP. Pero Hernando o Valenciano no tienen mejor cosa que repetirlo como loros. Si cuela, cuela.

Las comparecencias de Cospedal, Cascos y Arenas que jalonan una apasionante semana pueden ser tan absolutamente determinantes como escandalosamente insustanciales. Pero, de una u otra forma, no para revelar cómo el partido en el gobierno se forraba de mala manera durante lustros sin que los españoles tuviéramos ni pajolera idea, sino para dilucidar cómo un presunto gran golfo como Bárcenas llegó a ahorrar en Suiza cerca de 9.000 millones de las antiguas pesetas («¡No me gusta tener el dinero ocioso!», decía el tío!»).

Dado que las presuntas corruptelas en democracia se ventilan en sede judicial, podríamos sentenciar de salida que estamos en la hora de la verdad. Pero no es así. Primero, porque digan lo que digan los testigos –en especial Cospedal– el PSOE seguirá viviendo de la teoría de las falsedades masivas de Rajoy y su secretaria general. Segundo, porque como bien saben en Ferraz, ese embustero compulsivo amante de los esquíes, los trineos y el fraude a Hacienda seguirá disparando balas de sal –desde la cárcel– para pedir inmunidad e impunidad, cosa propia de los déspotas que escupen sobre los engranajes del Estado de Derecho.