Alfonso Ussía

Rica diferencia

La Razón
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En el norte se guisa, en el centro se asa, en el sur se fríe. En el norte se anda, en el centro se va y se viene, en el sur se para. Escribió don José María Pemán, que si en San Sebastián, Santander o Gijón se pregunta en una taberna por un cliente habitual, el tabernero responde «hace tiempo que no anda por aquí». En Castilla, que «hace tiempo que no viene por aquí». En Andalucía que «hace tiempo que no para aquí».

El castellano es individualista y el catalán amante de las muchedumbres organizadas. La sardana se baila en multitud, en tanto que al castellano el baile le produce un principio de alipori. El Real Madrid ha intentado copiar al «Barça» el colorido y la disciplina del mosaico humano. Pero no acierta. En Castilla –sea la Vieja, la Nueva o Madrid–, molesta sobremanera la obligación festiva. El mosaico está preparado, y la mitad de los espectadores se sienta sobre la cartulina y queda el espectáculo chungo. En el «Camp Nou», un mosaico luce perfecto, como si lo hubiera organizado el experto en colorido de masas de Kim-Jong-Un. Poner de acuerdo a cien mil personas para mostrar una cartulina durante tres minutos no entra en cabeza castellana ni andaluza. El catalán es festivo y gusta de la perfección multitudinaria. El vasco no es individualista, sino coral. Nadie rema como ellos a bordo de una trainera, y nadie canta como ellos en un coro. Cuando el coro ilumina con sus voces una celebración religiosa, los fieles se suman al coro y lo mejoran. Nacen con la armonía puesta. En Extremadura, donde se habla tan hermosamente en el campo –como en Andalucía y Castilla–, se canta mal. En Cantabria y Asturias, norte puro, se canta bien pero su música popular roza las fronteras de la atrocidad. Galicia es celta, y su expresión folclórica es de enorme belleza. El flamenco es la síntesis del esfuerzo y la falta de naturalidad. Me aburre casi tanto como el jazz. Dios no me ha concedido la sensibilidad para disfrutar del jazz o del flamenco, y soy cuarterón. Pero esa cuarta parte de mi genética combate con el lloriqueo sin fin del flamenco «jondo», que es el que dicen que vale. Camarón me duerme, y pido disculpas a la humanidad por ello.

España es un regalo de la variedad. He hablado en público y pronunciado conferencias en todas las capitales españolas. El público canario es socarrón. El andaluz muy diferente. Cádiz ríe mejor que Sevilla, medida y estirada. Pero en Andalucía captan la ironía, como en Castilla, que no ríe, sonríe. En el Mediterráneo gusta más lo picante que lo irónico, en Galicia la sutileza, en Asturias el humor llano, en Cantabria el humor está en su interior y en el País Vasco, Navarra y La Rioja, el público es alegre y decidido. En Aragón más frío, pero se entrega. Valencia es barroca y desconfiada, pero muy inteligente, y Cataluña tiene un sentido del humor especial. No metaboliza bien las ironías obvias, recela de la figuración. A una morenaza andaluza se le dice «hola, rubia», y se ríe. A una rubia de Gerona se le dice «hola morenaza», y te explica que no es morenaza, que es rubia. Y por la tarde forma parte de un mosaico o de una sardana.

El talento y la ironía popular de más altura se reúnen en Cádiz. No hay nadie más divertido y gracioso que un andaluz con arte, del mismo modo que no hay nadie más insoportable y merecedor de la expulsión de España que el andaluz que se cree gracioso y no lo es. El humor no es un chiste. Antonio Mingote, el maestro supremo, lo decía: «El que, después de saludarte, te suelta un chiste, es tonto». Categórico.

Creo que el problema social de España es que sonríe y ríe poco. Los dogmatismos ideológicos y el humor no encajan. Esa gente que en lugar de vivir para disfrutar lo hace para ser parte de una cosa que se pronuncia «prusés» no sabe lo que se está perdiendo. Un estalinista no puede tener sentido del humor. Cada vez que lo intenta Iglesias, hace el ridículo. Rajoy lo tiene, Sánchez no. Se toma demasiado en serio. Pero la ironía gallega de Pío Cabanillas no se ha superado. Cierto que el humor político en España ha perdido mucho, como el nivel de los parlamentarios, que es rastrero. En fin, que me proponía escribir de los que se dedican a los mosaicos y me ha salido este churro.