José Luis Alvite

San Valentín

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Hoy es San Valentín y muchas parejas celebran su amor, ese sentimiento que por razones de prestigio los intelectuales conservadores tratan de desligar del sexo porque les parece abyecto que un sentimiento tan elevado tenga algo que ver con un instinto considerado por ellos tan bajo. Se diga lo que se diga, el amor de pareja suele ocurrir asociado a la atracción física, es decir, al impulso sexual. Cuando uno es muy joven y se enamora, enseguida trata de satisfacer su apetito sexual y pone en la búsqueda de un lugar en el que «hacerlo» el mismo entusiasmo que años más tarde pondrá seguramente en encontrar una disculpa para evitarlo. Existe otra clase de amor más sereno, que suele sobrevenir cuando remite el deseo y uno se da cuenta de que la pasión ha sido sustituida por la costumbre. Surge entonces una especie de amor rutinario y asistencial en el que el uno se apoya en el otro por pura necesidad, sobre todo cuando a cierta edad ambos comprenden la importancia de tener cerca a alguien que en caso de emergencia sepa marcar sin nervios el teléfono de las ambulancias. Que alguien conozca tus sueños es entonces menos relevante que convivir con quien conozca tus dolores, así que ése es un amor por necesidad, casi por conveniencia, el rutinario amor de primeros auxilios que se manifiesta en compartir la vida con un señora que obedezca ciegamente al médico absurdo que le recomendó que desvele a su marido a las tres de la madrugada para que pueda tomar despierto la pastilla de dormir. Me aterra que el amor primerizo e impulsivo se convierta al final en simple farmacia. Por eso cada vez que salgo a la calle me detengo un rato frente al escaparate de la lencería y evito cruzar palabra con el vecino que se empeña en comentarme lo último en material de ferretería. Reparar la lavadora me parece por ahora menos interesante que romper la cama.