María José Navarro

Spock

Se ha muerto el Comandante Spock y están los vulcanianos que no levantan cabeza. No se crean, estas cosas existen. Bueno, y los humanos también estamos de luto porque se ha ido uno medio de los nuestros. Medio solo, porque eligió ser vulcaniano, que es una opción digna para salir de la que está cayendo. Piensen un poco. Hay vulcanianos entre nosotros. Hay gente ahí, al lado nuestro, sumamente flemática. Y pacifista. Hay ángeles entre nosotros que aguantan carros y carretas, que no protestan jamás, que son capaces de sacrificarse por los demás con cara de vaca mirando a un tren. Razón por encima de emoción pero solo a ratos. El más difícil todavía. Un personaje sumamente moderno, mucho más que los viajes espaciales y los adelantos técnicos. No hay nada más adelantado que alguien impredecible. Todo eso era Spock. Y se ha muerto el actor. Se ha muerto el tipo que nos enseñó que otro ser humano era posible, que no todo vale, que hay principios a los que no se puede renunciar jamás. Que por muy naif que se sea, por muy cándido, simple, sencillo, por todo eso, a pesar de eso y con eso seremos mejores. Se ha muerto el único Comandante Spock fetén que nos quedaba y se ha ido por fumar mucho aunque había dejado el tabaco hace mil años. Otra paradoja. Pero más allá del carácter que se gastaba el hombre que marcaba los límites en la nave Enterprise hay un detalle que a una, personalmente, la conecta con el personaje. Las orejas. Esas orejas enormes, puntiagudas, desproporcionadas. Pues también nos regaló orgullo a los diseñados malamente. Buen viaje a Génesis, Comandante. Y gracias por todo.