El desafío independentista

Todos a una con Rajoy

La Razón
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El 22 de mayo de 2005 tuve el privilegio de cenar con el que la Premio Nobel Toni Morrison calificó como «el primer presidente negro de América»: Bill Clinton. Le inquirí en términos tan críticos como educados acerca de la guerra de Irak acometida por su sucesor. Con su magnética sonrisa por bandera y con el nivel que atesoran los grandes políticos estadounidenses, me puntualizó: «Mire, en una situación como ésta, estoy incondicionalmente al lado de mi presidente». Aquello me impactó teniendo en cuenta que hablábamos de una contienda que contravenía la normativa internacional por mucho que fuera para derrocar al sanguinario Sadam.

Ayer se vivió en Cataluña una pugna entre legalidad e ilegalidad, entre Montesquieu y Robespierre, entre democracia y golpismo, entre proporcionalidad y matonismo. De un lado, quienes consideramos que en un Estado de Derecho no se puede hacer lo que a uno le dé la gana; de otro, los que sostienen al más puro estilo Luis XIV que la ley son ellos. Por una parte un Rajoy que se limita a aplicar las decisiones judiciales respetando la división de poderes; por otra, un Puigdemont que las desobedece con la desvergüenza propia de los tiranuelos.

Ante un silogismo así, cuya conclusión es tan obvia, tengo entre cero y ninguna dudas: me adhiero al bando de Rajoy. Porque es nuestro presidente. Porque estamos en una situación límite similar a las de 1898, 1936 ó 1981. Porque si se hubiera equivocado también le respaldaría al modo canovista («con la patria hay que estar siempre, con razón o sin ella»). Y porque, a más a más, en este caso tiene toda la razón y nada más que la razón. Por eso no entiendo el rol de Pedro Sánchez equiparando al sucesor de Calvo-Sotelo con el legítimo heredero de Tejero. Siquiera por egoísmo, él podría acabar siendo presidente, debería situarse sin matices en la orilla de los buenos, la de los hijos del 78. Y a los que anhelan el referéndum e incluso la independencia, como Pablo Iglesias, recordarles algo que seguramente desconocen: es posible, pero reformando la Constitución. ‘Sólo’ tienen que acumular tres quintos del Congreso y otros tantos del Senado. Y yo, mientras tanto, seguiré haciendo caso a Clinton.