José Jiménez Lozano

Trenes y Apocalipsis

Cuando se pasa por bastantes estaciones de ferrocarril de entre las muchas abandonadas y destruidas, y de las que los raíles fueron arrancados con tanta contundencia y hasta rabia como si se estuviera liquidando una maldad o desprendiéndose de algo inútil. Eran los tiempos en que parecía que los Reyes Magos acababan de llegar a este país nuestro, y ni siquiera se era capaz de imaginar para qué podían servir el carbón, la agricultura, la ganadería y la silvicultura, y se aseguraba que teníamos que ser en el nuevo mundo un país de servicios, dejando en el aire sin decidir, si como servidores o servidos, pero sin dejar de sobreentender lo primero.

Estas estaciones abandonadas, destrozadas hasta con encarnecimiento, son ahora como un destello de aquellos arrebatos de mediados del XIX, cuando el tren llegó, o de después, cuando los trenes se convirtieron en un destello melancólico de los tiempos tranquilos y felices, con las grandes estaciones importantes con techos de cristal y forja y aquellas maravillosas fondas, y un ajetreo cosmopolita, el olor matinal de los primeros periódicos. Y estaban también las pequeñas estaciones con su jardincillo, una pequeña fuente, las carretillas con las sacas de correo y los adioses a los trenes que pasaban durante el paseo dominical.

¿Ha existido este tiempo alguna vez? Sí, ha existido, pero luego toda alegría quedó exorcizada en el mundo por ideologías carniceras, y toda paz y tranquilidad ya son desde que sabemos del horror de Auchswitz o Kolymá: la Estación Término y Puesta del Infierno de los dos grandes totalitarismos. No tiene nada de extraño que a este horror haya seguido el de la muerte de toda belleza y melancolía, y el imperio de la espantosa fealdad de lo práctico, cuya pura armazón es el dinero. ¿Cómo podría ser de otra manera? Sólo una fuerte esperanza puede hacernos esperar algo distinto.

En un artículo sobre documentales televisivos se habla de que una buena parte de ellos tanto europeos como norteamericanos tienen un carácter pedagógico, más que periodístico, que junto realizaciones espléndidas abunda en lo que se podría llamar «apocalipsis científico», aunque algunos de ellos parece que autorizan a pensar en un futuro no irremediablemente apocalíptico, aunque sí bastante cuadriculado, y lleno de máquinas, vestidos y viviendas futuristas, pero que se parecen, con los respetos debidos, a las viejas máquinas de TBO. Y, así, por ejemplo, tratan de cómo se proyectará hacer rascacielos todavía más altos de los existentes, y estas torres van por los mil metros de altura. Y se nos dice luego que será una solución para las grandes ciudades, únicas que subsistirían. Aunque se supone que habrá otros documentales con previsiones más optimistas, o simplemente más esperanzadas. Pero, de todos modos, esta predicación, casi como del más retorcido y fúnebre barroco, se asegura que ha marcado a más gente de la que imaginaríamos y parece que son muchos miles de norteamericanos especialmente los que fabrican refugios y guardan en ellos numerosos alimentos.

Recuerdan los tiempos de los refugios antiatómicos para las altas autoridades del Estado y otros VIPS, hasta que estos privilegiados se percataron de que su supervivencia sería cuestión de días o semanas, y de que tampoco tenía mucho interés dejar una memoria escrita de aquella experiencia. «No sería nunca un documento sobre la extinguida especie humana y todo lo demás; porque no habría ‘‘después’’ sencillamente».

Y tan problemático como esto resulta búsqueda de otras especies humanas en algún lugar de los espacios astrales, aunque de esto parece estar seguro nuestro mundo de ahora mismo, y U.S.A. se gasta enormes sumas de dinero en esa búsqueda que, según René Girard, tiene como una de las finalidades la de convertir en leyenda infantil la visión bíblica. No lo sé, pero parece demasiado inocente y antieconómico.

En cualquier caso, éstos son nuestros imaginarios, como lo eran en la Edad Media los hombres con una sola pierna; y lo único deseable es que se solucionen, antes, asuntos más dramáticos y urgentes.