Enrique López

Vil atentado

La Razón
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La barbarie de los musulmanes radicales ha vuelto a dar un zarpazo, esta vez asesinando a dos excelentes policías nacionales españoles. Este cruel suceso debe situarnos de nuevo en la firme lucha contra el terrorismo y, sobre todo, en la unidad. Volvemos a sufrir un atentado en plena campaña electoral, lo cual en sí mismo no debería tener mayores consecuencias. Pero si analizamos el pasado, podemos observar que no siempre ha sido así. En 2004 sufrimos el mayor atentado de nuestra historia, que produjo una gran división política y social en España, animada por algunos que creyeron o quisieron vincular este atentado con la presencia de España en Irak, algo que a su principal cerebro, Amer Azizi, ni se le pasaba por la cabeza cuando dos años antes comenzó a preparar el atentado en Paquistán. En 2008 ETA dio uno de sus últimos zarpazos al asesinar a Isaías Carrasco dos días antes de las elecciones, y ello en pleno debate sobre la negociación llevada a cabo por el Gobierno socialista con la banda terrorista, cruel suceso que los sociólogos nunca han querido evaluar. Pero esta vez nos encontramos con una unidad tan normal en otros países como inusitada en España. La polémica sobre si el atentado iba dirigido hacia la Embajada Española o no no tiene sentido más allá del necesario esclarecimiento de los hechos; si hace un mes todos éramos Francia, hoy no podemos ser sólo España. El ataque lo es contra Occidente, lo es contra la democracia como sistema político y lo es contra la tolerancia como vector de nuestra sociedad. Ante ello, creo que no debemos especular con estériles polémicas que, como en 2004, lo único que hacen es fortalecer al vil malhechor y debilitar a las víctimas. Con los atentados de Madrid algunos quisieron adueñarse de las víctimas, como algunos otros de las víctimas de ETA, algo injusto y vergonzoso; todas son nuestras víctimas porque así lo sentimos, y ese día, como todos los días que ETA asesinaba, perdíamos vidas, y ello comprendiendo el dolor de los que de verdad perdían a sus seres queridos en estas macabras circunstancias del destino. Por fin ha llegado el momento de la unidad y la firmeza, de la general repulsa y de la solidaridad, y de estar todos con estas pobres familias que han sufrido en su seno el zarpazo de la sinrazón terrorista. Pensemos en ellos y honremos la memoria de los que han dado su vida protegiendo nuestros intereses nacionales. Pero, a la vez, reafirmemos nuestro compromiso de perseguir esta violencia junto a nuestros aliados, porque España no está sola en esta lucha. Decía Juan Pablo II que el terrorismo nace del odio, se basa en el desprecio de la vida del hombre y es un auténtico crimen contra la humanidad, y esto es lo que es. Los terroristas intentan modificar nuestro comportamiento provocando miedo, incertidumbre y, sobre todo, división en la sociedad. El miedo se vence, la incertidumbre se resuelve, pero la división en la sociedad, como la que provocaron los atentados de Madrid, no se supera fácilmente, y esto es algo que no nos podemos volver a permitir.