María José Navarro

Yo, Leonor

La Razón
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Aprovechando que mi madre estaba en el país donde pegó el campanazo gordo en su juventú me he enganchado a Interné y me he puesto las botas. Cualquiera que se haya querido forrar a su costa ha encontrado allí cuando era moza un filón. Que si bailaba como una peonza, que si tenía un muchacho con el que paseaba. En fin. Grandes escándalos de la humanidad. El caso es que el miércoles, sin poder pegar ojo porque tenía el cuarto de mosquitos que ni un after, de pronto, en mi cuenta fake de Twitter, me salta de pronto, ay madre mía, una foto del abuelo. Sigo a varios tuiteros republicanos que son de un fiel que ni pagando. El abuelo, sí, el abuelo, hecho un jovencito, rodeado de un señor muy mayor, de un hombre sin dientes, de otro que no sabe cómo colocar las manos y de un último chiquitico con pelazo y cara de tramar de todo. Y ahí se me fue a cenar. Siempre a sitios de vanguardia, ya tú sabe. Nueva cocina, vaya. Abu (le he dicho esta mañana porque me he colado donde no me llaman), he mirado muy fijamente la foto de la mesa, así como si me hubiera quedado disecada y no he visto vino. ¿Qué pusieron luego? ¿Mirinda? No ha pasado nada porque el abuelo no sabe lo que es una Mirinda, que es más bien de colodro largo, pero si llega a estar mi madre me cae la del pulpo. El caso es que en esa cena yo creo que fue el abuelo el que contó los chistes, fíjate tú. Madre mía de mi vida, qué sueño me da el bipartidismo.