Ingeniería

Yo y mi robot

La Razón
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Hace años triunfó aquella canción que decía «Hola, mi amor, soy yo tu lobo...». Ahora podríamos tunear la letra y entonarla así: «Guau, guau, hola mi amor, soy tu perrito robot». Es el caso de Aibo, un perrito muy mono al que no hace falta llevarlo al veterinario, ni sacarlo a pasear para que haga sus cositas y ensucie la acera... ¡Wow! , como dirían los americanos. Asimismo, puede reconocer el rostro de su dueño y otras maravillas. Sin embargo, a pesar de tantas ventajas, yo tengo un pero, que tiene que ver con nosotros los humanos y más concretamente con nuestras emociones. El pero es la prueba de que somos humanos psicológicamente sanos –los psicópatas carecen de esta característica llamada empatía, la cual es hija de las emociones–. Nosotros, los humanos, nos encariñamos con los animales y éstos, cuando tienen cierta inteligencia y se acostumbran a nuestra compañía, también se encariñan con nosotros. ¿Se acuerdan de Hachiko, aquel perro que murió esperando a su dueño? Esta prueba de amor, esta magia, jamás podrá albergarla un robot por mono, eficiente y tecnología punta que albergue en su interior. Me pregunto cómo es que nos fascina tanto crear criaturas sin alma y sí con pilas. ¿Será porque no sabemos manejar nuestras emociones? ¿Será porque quisiéramos crear a otros a nuestra imagen y semejanza? ¿Será porque no nos gustan nuestras imperfecciones y queremos crear algo perfecto? ¿Será porque es nuestra manera de hacerle un corte de mangas a la muerte?

El caso es que, bien mirado, un perro robot también tiene sus ventajas ya que puede ser muy útil para personas mayores o para que los niños aprendan a cuidar de otro ser sin el riesgo de que se muera de hambre ni de pena caso de que se olviden de él. ¿Perro o robot? La elección seguro que acaba por determinar nuestro perfil psicológico.