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Consistencia

Contra lo que pudiera pensar un observador externo al que solo le cuentan sus cuentos los nacionalistas, Puigdemont no es una figura precisamente muy querida en Cataluña

¿En serio tenemos que esperar de Puigdemont algún tipo de consistencia? Con esa primera persona plural me refiero a los ciudadanos cotidianos que deberíamos sentirnos concernidos por cualquier decisión que pueda proponer tal juguete roto de la política. Roto por, precisamente, su falta de solidez, que le llevó a amagar con unas elecciones regionales y, al día siguiente, saltar de ello a anunciar una imaginaria segregación del territorio para después, al minuto siguiente, decir que su segregación quedaba en suspenso. Su lío monumental de inconsistencia lo saca a pasear por las instituciones cada equis tiempo porque ha habido políticos que le han dado poder y foco para hacerlo. Se lo han dado porque les convenía. Ahora, ese número de facilitadores se va a ampliar, porque para perpetuarse en el poder necesitan siete votos que gestiona él. La inconsistencia de Puigdemont ha continuado durante todo el tiempo de Waterloo, desde donde ha sido incapaz de articular ninguna iniciativa que nos sirviera de nada a la población catalana.

Contra lo que pudiera pensar un observador externo al que solo le cuentan sus cuentos los nacionalistas, Puigdemont no es una figura precisamente muy querida en Cataluña. Como buen ultra del tipo carlista, sus pocos fieles lo sacralizan fanáticamente como un santo, pero la mayoría de la población se ríe de él y de Comín. Algunas de las muestras de repugnancia más conspicuas sobre su nombre las he escuchado en los últimos tiempos de ese mismo espectro que ahora manda a Asens a contratar con él en Bruselas. El PSC se extraña de que parte de su electorado se horrorice ante la posibilidad de darle juego a un inconsistente como ese. A sus dirigentes, les descolocan también las simpatías que concitaba Ayuso el domingo pasado en Barcelona. Pero, no es de extrañar que ante dos figuras de ese tipo –de las que se adoran o se detestan– la gente común prefiera siempre a la que muestre consistencia.