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El trípode del domingo

El Corpus Christi

El Papa zanjó ese debate afirmando la presencia real y auténtica «del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la divinidad de Jesucristo en el Santísimo Sacramento bajo las especies naturales del pan y del vino»

«Tres Jueves hay en el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión». Así se proclamaba antes de la reforma del calendario litúrgico tras el Concilio Ecuménico Vaticano II, que trasladó con carácter general al domingo inmediato siguiente –hoy– la celebración de dos de esos tres «grandes Jueves». Aunque se mantiene la celebración en ese día –en función de la tradición–, en numerosos países y ciudades donde se mantiene el Corpus con grandes procesiones y expresiones de culto público al Santísimo Sacramento Es evidente que el Jueves Santo queda excluido de esa posibilidad de traslado por obvias razones, y en el caso de España, son Toledo y Sevilla las que destacan entre las capitales españolas que mantienen la celebración del Corpus Christi como fiesta religiosa de precepto –así como festiva a efectos laborales–, el Jueves siguiente al Domingo de la Santísima Trinidad. En Hispanoamérica, la evangelización de la mano de España llevó esa gran devoción eucarística que se mantiene con carácter general en todos las Repúblicas, destacando –si cupiera–, Perú, México y Panamá, entre ellas. Es una Tradición esta solemnidad que se remonta al siglo XIII cuando el sacerdote Pedro de Praga, tras una peregrinación a Roma y dudando en el altar acerca de la auténtica y real presencia del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en la Eucaristía, tuvo una experiencia milagrosa de ello al verla sangrar dejando su rastro en el corporales. Informado de ese hecho el papa Urbano IV estableció se celebrara con toda solemnidad esa fiesta en la fecha mencionada. Tradición que se mantiene inalterable en el transcurso de los siglos desde entonces siendo confirmada por todos los Papas. Será Pablo VI quien, apenas tres meses antes de clausurar el Concilio el 3 de septiembre de 1965, promulgará la Encíclica «Mysterium Fidei» (el Misterio de nuestra Fe), que define la doctrina católica sobre la Sagrada Eucaristía. Frente a las tesis modernistas minoritarias pero presentes también en el Aula Conciliar, y que abogaban en favor de un presunto ecumenismo por reconocer en Ella un mero signo, o un símbolo de recuerdo de la Última Cena, el Papa zanjó ese debate afirmando la presencia real y auténtica «del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la divinidad de Jesucristo en el Santísimo Sacramento bajo las especies naturales del pan y del vino». El gran santo Tomás de Aquino será el encargado de su obra litúrgica y en el «Tantum Ergo» recogerá la composición que los fieles católicos cantan en gregoriano el gran día del Corpus Christi en las procesiones por las calles y en todos los templos del orbe católico.