Aquí estamos de paso

Cuando el ciberataque es la mejor opción política

Siempre es mejor arriesgarse a un ataque exterior que a una mala gestión propia

Dicen los expertos que no saben lo que decir. Especulan, proyectan, suponen, estiman, pero nadie sabe aún dónde situar el origen del apagón, la causa de eso que Sánchez llamó en su primera y tardía comparecencia pública «crisis de electricidad». El país que gobierna llevaba cinco horas viviendo lo que no le voy a contar a usted porque lo experimentó directamente en sus carnes, mientras contemplaba la enorme dimensión de su vulnerabilidad. Fuera comunicaciones, adelante generadores. Hospitales, centros militares, puntos neurálgicos o medios de comunicación solventaron la cuestión gracias a ellos. Pero otros fueron mortales, como el que acabó con la vida de tres personas en Galicia o imposibles, como el que no le llegó a la mujer de Valencia que se ahogó al morir su respirador. Nadie podía llamar, avisar, pedir socorro. No hubo caos, pero sí un latigazo de inquietud que llevó a unos cuantos a acaparar, algunos a encerrarse aguardando el fin del mundo y a la mayoría a buscar lo ya olvidado como las radios de pilas o el dinero efectivo. Crisis de electricidad es como un eufemismo blandito de ocasión. Más cuando empezamos a tener ya una perspectiva que permite alguna enseñanza o conclusión más allá de la lejana certificación de las causas. Tres ideas se extraen de lo de ayer: somos vulnerables, nos estamos deshumanizando y vamos demasiado deprisa. La primera es obvia: nos pinchan y no solo sangramos como el infame Shylock shakespeariano, es que quedamos desnudos y desorientados sin saber cómo ni por qué. Nos lo dijo la Covid, lo reiteró Filomena y ahora ha venido la reválida. Pero también podemos aprender lo lejos que nos hemos ido de nosotros mismos. La imagen de centenares de jóvenes y niños jugando en las calles, de personas hablando para pasar el rato, de hogares en los que se compartió algo más que la tele, debe obligarnos a repensar cómo nos relacionamos. Y la tercera lección está en la velocidad. Vamos demasiado deprisa, y más aún quienes nos gobiernan obsesionados por la propia permanencia sacrificando el bien común mientras no genere rentas de votos. El cortoplacismo exige velocidad, la permanencia se cimienta en hechos reconocibles y de aplauso. Si hay que hacer una transición energética, que se haga pronto aunque la prudencia sugiera tiempo y la inteligencia no romper puentes, y si es posible sin nucleares ni otros infiernos. En eso están, y puede que ahí esté el origen. Puede. Yo también quiero renovables y tener energía propia sin dependencias ni redes ajenas. Pero si no puedo, al menos que se me garantice que nunca se caerá la red. Se escuchan ya ecos de que no fue extraño al apagón el exceso de renovables en el sistema y la debilidad de su recuperación ante un problema grave. No sé si será o no cierto. Me faltan datos y conocimiento. Pero si fuera esa la razón estaríamos ante un desastre nacional provocado por anteponer velocidad e ideología a consideraciones de verdadera sostenibilidad y prudencia. Creía el lunes, como media España, que lo del apagón podría ser un ciberataque. El desmentido de Red Eléctrica me tranquilizó al menos ante la perspectiva de estar metido en una guerra híbrida e imprevisible. El que Sánchez hoy no lo descarte pese a todo, me lleva a pensar que siempre es mejor arriesgarse a un ataque exterior que a una mala gestión propia. Y puede que hoy sea eso lo que quieran vendernos.