Tribuna

Cuando lo trans deje de ser negocio

Lo que más me ha interesado del discurso de Trump es la firmeza con que ha anunciado que no se va a gastar ni un dólar más del contribuyente en engordar el masivo espejismo trans

No había tenido tiempo de escuchar detenidamente las palabras de Donald Trump sobre que, a partir de ahora, en EEUU sólo habrá dos géneros: masculino y femenino. Cero tolerancia a lo trans. Me temblaba el alma al escucharle. Y como a mí, supongo que a muchos padres y madres que se han enfrentado a momentos y a decisiones muy difíciles relacionados con la brusca decisión de sus hijos de acometer una transición de género.

Si una cosa así te pilla con determinadas creencias o convicciones, la salida es simple: te opones frontalmente, y que salga el sol por Antequera. Ah, pero si eres una persona liberal que siempre ha profesado el mayor de los respetos por la orientación y la identidad sexual ajena, ¿qué haces? ¿Qué haces si piensas que las personas transgénero existen, y merecen protección, pero no crees que sea el caso de tu hijo o hija? ¿Si sospechas que lo que pasa con tu hijo o hija es que ha caído bajo un masivo hechizo ideológicamente inducido?

En los últimos años, padres y madres de todo el mundo se han enfrentado a desgarros así. Tienes un hijo o una hija adolescente que un buen día empieza a decir que no está a gusto en su propio cuerpo, etc. Tú intentas empatizar. Te documentas. A la hora de documentarte, te asombra darte de bruces con dos tipos contrapuestos de bibliografía: una sumamente dogmática y desafiante, que adoctrina a los jóvenes para abrazar el credo trans no como un proceso íntimo, sino como quien se adhiere a una secta o a un culto, que exige renegar como de monstruos de ultraderecha de cualquiera que ose cuestionar la pertinencia de bloquear pubertades o de alentar que incluso chicas menores de edad se extirpen los pechos. Cualquiera incluye a los padres, que de repente descubren que en el colegio, en el gabinete del psicólogo -no por casualidad, muchos chicos y chicas que quieren hacer eso, arrostran vulnerabilidades mentales previas- y como quien dice en todas partes les indican amablemente, o no tanto, que su autoridad paternal o maternal está de más. Que no opongan resistencia bajo amenaza de perder custodias o el contacto total con sus hijos.

Existe otro tipo de bibliografía, como por ejemplo las obras de la americana Abigal Shrier, autora de «Un daño irreversible» y «Mala terapia». Libros que a pesar de haber sufrido serios intentos de boicot o incluso censura han acabado siendo "bestséllers" alternativos al paradigma momentáneamente dominante. La señora Shrier expone que una inmensa mayoría de los supuestos adolescentes transgénero no sólo no lo son, sino que usan eso como paraguas de otros problemas. Que es una especie de epidemia de autosugestión -como las anoréxicas que insisten en verse gordas en el espejo-, sólo que reforzadísima en este caso por todo un entramado político y sociológico, mezcla de dictadura woke e industria pura y dura. Porque hay toda una industria ganando dinero con esto.

Shrier adelantaba con gran lucidez dos de los mayores peligros de todo esto: el primero, la agresiva erosión y a veces hasta destrucción de los vínculos familiares. Padres y madres debatiéndose entre el amor y el sentido común. Sobre todo, teniendo en mente el segundo gran peligro: que la fase no pase sin consecuencias, sino que deje secuelas irreparables. Que el niño o la niña se dé cuenta de que en realidad no quería ser lo contrario de lo que es cuando ya ha hecho cosas con su cuerpo que no se pueden deshacer.

Escuchando a Trump –les aconsejo que trasciendan el titular, que escuchen el discurso entero–, insisto, a mí me temblaba el alma. Por un lado, lamentaba que a partir de ahora puedan pagar justos por pecadores, es decir, que la minoría trans que efectivamente sí existe deje de ser la tribu urbana de moda para volver a retroceder al tiempo de las cavernas. Por el otro me preguntaba por qué hasta ahora tan pocas voces se han atrevido a iluminar este túnel de sufrimiento.

A un nivel más práctico, lo que más me ha interesado del discurso de Trump es la firmeza con que ha anunciado que no se va a gastar ni un dólar más del contribuyente en engordar el masivo espejismo trans. Y, malpensada como soy, no he podido evitar preguntarme: ¿y todos estos que llevan años forrándose a cuenta de este invento, en cuanto les corten el grifo, lo seguirán haciendo gratis? ¿O se buscarán otro chollo? Será interesante pulsar su grado de convicción.