A través del espejo

Cuando volábamos con la alta velocidad

El AVE se ganó su buena fama a pulso y ahora la está perdiendo también por méritos propios

El país con más kilómetros de alta velocidad de Europa y el segundo del mundo después de China soñó con convertirse en un lugar en que el tren fuese el medio de transporte imbatible. Cada inauguración de AVE aún supone un acontecimiento para aquella ciudad que recibe su llegada como si supusiese la llegada de una nueva era. Ya nada volverá a ser como antes, los viajes de turismo y de negocios cambiarán para siempre. Y al contrario, la ciudad que sigue sin él denuncia la discriminación a la que sigue condenada. Son las islas ferroviarias y hay más de una en España. Sin embargo, justo cuando muchos ya nos habíamos subido a ese tren rápido, fiable y confortable sin igual, demasiadas cosas han empezado a fallar.

No se trata de poner en duda la necesidad de ejecutar la estación pasante de Madrid Puerta de Atocha-Almudena Grandes, tampoco la transformación de Chamartín, pero la evidencia de los acontecimientos ha dejado claro que se hizo demasiado tarde. Si no, que nos lo cuenten a los valencianos condenados a usar Chamartín con el único argumento de que a alguien le tenía que tocar.

Poner patas para arriba una estación cuando la liberalización ferroviaria es un hecho genera diariamente molestias a miles de viajeros. Un dato: la entrada de nuevos operadores ha duplicado el tráfico entre el eje Madrid- Valencia.

Viajar en alta velocidad entre ambas ciudades se ha convertido en una aventura. Ese tren de primera hora de la mañana que aseguraba la llegada puntual a Madrid ya no es de fiar. Llegar sin retraso empieza a ser la excepción y qué decir de la salida desde Chamartín. Es imposible esperar haciendo algo que no sea mirar los paneles informativos, pues raro será si encuentras una cafetería en la que sentarte o una silla en la que te veas con derecho a ocupar. Siempre hay alguien que la necesitará más.

Pero el deterioro de este servicio ha llegado también a la calidad del propio viaje. La instalación de red wifi confirmó que estos trenes estaban hechos para ser oficinas itinerantes, hasta que empezaron a convertirse en lo más parecido a una coctelera, donde no hay quien mantenga estable el ordenador sobre la mesa.

El AVE se ganó su buena fama a pulso y ahora la está perdiendo también por méritos propios. Con todo, aún tenemos que dar gracias a los que disponemos de este servicio y cruzar los dedos para que esta situación no dure más de una década. Mientras, algún ministro podría admitir la necesidad de soluciones urgentes porque lo de pedir disculpas solo sirve para las redes sociales.