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Tribuna

Cuba: ante a la dupla Trump–Rubio

Cuba tiene infinidad de carencias, pero no es un Estado fallido y es dudoso que esté en proceso de colapso

Transcurridas más de seis décadas desde que triunfara la revolución cubana, la República de Cuba sigue viviendo en un permanente “estado de emergencia”, inducido desde fuera, tal como dijera Gabriel García Márquez en su momento. Con independencia de las fobias o las filias que pueda suscitar el sistema político cubano, lo cierto es que el sistemático y violatorio intervencionismo estadounidense en los asuntos internos de Cuba no tiene parangón y los irreparables perjuicios provocados a los cubanos no tienen justificación política ni moral.

Desde 1959, la realidad política, económica y social de Cuba vive pendiente de la temperatura y el humor político de EE. UU. Esto no es una conjetura, es un hecho. Al Estado cubano -y por extensión, a su población- se le ha negado su condición de sujeto primario y se le ha tratado de degradar a mero actor subalterno, despojándolo de sus legítimos derechos a la soberanía, la independiente y la autodeterminación. La dinámica actual es dramática, pues no solamente no hay propósito de enmienda en la conducta de EE. UU. hacia Cuba, sino que el regreso a la Casa Blanca de un político como Donald Trump, desafecto a la arquitectura multilateral, aleja a priori cualquier posibilidad de entendimiento bilateral con arreglo al derecho internacional.

Asimismo, la llegada a la jefatura del Departamento de Estado de Marco Rubio, un político cuyas credenciales hablan por sí solas, parece ideada para convertir las paupérrimas relaciones cubano-estadounidenses en un ejercicio de caos diplomático. La desviación funcional del actual Encargado de Negocios de la misión diplomática estadounidense en La Habana hay que entenderla en este marco. La extralimitación de este no es entendible sin que desde Washington hayan girado instrucciones precisas. No hay duda de que la presencia prolongada de un Encargado de Negocios puede interpretarse como una señal negativa en las relaciones bilaterales entre dos Estados. Sin embargo, los cometidos diplomáticos siguen siendo los mismos: fomentar el buen desarrollo de las relaciones económicas y culturales, no practicar la injerencia política.

Es probable que Rubio crea, llegado el momento, que Cuba ha alcanzado el grado de madurez de una fruta y que con zarandear el árbol pueda hacerla caer, justamente, en sus manos. Nada más mesiánico que eso. Cuba tiene infinidad de carencias, pero no es un Estado fallido y es dudoso que esté en proceso de colapso. Si existiera voluntad genuina para ayudar a alguien en el Caribe, la reconstrucción de Haití debería constituir una prioridad impostergable para cualquier administración estadounidense. Sin embargo, lo que se observa en la región no es el afán reconstructor, sino la preocupante tendencia a la desarticulación o, cuando menos, la minimización de las entidades estatales y sus legítimas instituciones públicas.

La estrategia de atacar todas las fuentes de ingreso de divisas que tiene Cuba como precondición para provocar un cambio de régimen no es original, pero con Rubio al frente sí puede llegar a ser la más furibunda. Reforzar el carácter punitivo de las medidas extraterritoriales para limitar cualquier intento de acercamiento empresarial desde Europa hacia la isla no es de recibo, como tampoco lo es tratar de impedir la recuperación del sector turístico y su positivo impacto económico para Cuba y para los cubanos. Es preciso señalarlo, legalizar de facto el castigo colectivo como ha hecho EE. UU. con el pueblo cubano es una afrenta al entendimiento humano y constituye el mayor rasgo de inmoralidad de la política estadounidense de sanciones hacia la isla.

La animadversión estadounidense hacia Cuba no se debe al hecho que este país no cuente con un sistema político de democracia representativa. EE. UU. mantiene relaciones de absoluta normalidad política con países con sistemas verdaderamente oprobiosos y eso no le ha supuesto nunca ningún impedimento. La inquina hacia Cuba tampoco se debe a la cuestión de los derechos humanos. El nefasto prontuario, interno y externo, de EE. UU. en esta materia inhabilita a este país para erigirse en representante de nadie. La aversión hacia esta isla es por capacidad, arbitrariedad y revanchismo. Todo lo contrario a las más elementales normas del derecho internacional público.

Los actuales esfuerzos de Rubio y su equipo, dirigidos a interrumpir el marco de cooperación Sur-Sur que Cuba realiza, a través de sus misiones médicas, con los países de la región de momento no parecen haber surtido efecto. Ejemplo de esto, es el fracaso de su reciente gira por los países del Caribe para que estos expulsen a las misiones médicas cubanas. Este hecho y el incierto margen de tiempo del que goza al frente del Departamento de Estado precipitan a Rubio hacia una acción exterior temeraria.

Inflamar de manera artificial la animosidad entre ambos países, con la esperanza de alcanzar el supuesto punto óptimo que justifique una confrontación política directa con el gobierno cubano, parece una orientación exterior desesperada.