El bisturí
Los deseos nacionalistas son órdenes para Sánchez
Sánchez pasará a la posteridad por convertir la política en el arte de normalizar la sumisión ante el chantaje
Los que pensaban que los pactos de investidura suscritos con Junts, ERC, Bildu, PNV y Sumar constituirían topes máximos, fronteras inamovibles o líneas rojas que el PSOE no aceptaría rebasar bajo ningún concepto, se equivocaban. A pesar de la vergonzosa lista de concesiones que llevan aparejados para el Estado, dichos pactos no son el fin a partir del cual nada es negociable, sino sólo el principio, la base que permitirá a los nacionalistas obtener más y más a cambio de facilitar la permanencia de Pedro Sánchez en Moncloa. Han bastado sólo dos meses de Gobierno para certificar que este principio y no otro será el que marque la presente legislatura. Si el canciller Otto Von Bismarck hizo famosa la frase de que «la política es el arte de hacer posible lo imposible», el actual presidente del Gobierno pasará a la posteridad por convertir la política en el arte de normalizar la sumisión ante el chantaje, aunque para ello haya que entregar incluso al propio Estado si es preciso. En estos últimos sesenta días esperpénticos se han producido muestras sobradas de esta forma de proceder, pero dos de ellas contienen tal carga de profundidad que merecen individualizarse para que no lleguen a olvidarse en medio del escándalo permanente. Una de ellas es el reconocimiento silencioso y por la puerta de atrás de la validez de los pasaportes kosovares, lo que supone un giro de 180 grados en la política exterior de nuestro país con respecto esta república independizada unilateralmente de Serbia en 2008 y su reconocimiento de facto como entidad con autonomía propia, por no llamarla independencia. Los deseos históricos en este terreno de los nacionalistas en España han sido órdenes para el Gobierno y José Manuel Albares, el ministro de Exteriores que se afana en improvisar todo tipo de explicaciones para justificar dicho cambio injustificable. Además de este peligrosísimo precedente, la otra cesión con alta carga de profundidad es la política migratoria concedida a Cataluña a cambio de su «sí» a los llamados decretos sociales. Ceder tales competencias implica traspasarle un cierto estatus de Estado, y su enjundia es tal, que el PNV ya corre detrás de Moncloa para no quedarse atrás y obtener lo mismo para el País Vasco. Cómo será la cosa que el propio Sánchez se ha tenido que emplear a fondo durante los últimos días en las terminales mediáticas afines para tratar de edulcorar con palabras lo que los nacionalistas no pensaban obtener ni en sus mejores sueños.
Mientras el Gobierno hace guiños a repúblicas que se autoproclaman independientes y debilita voluntariamente las competencias del Estado que le sustenta en áreas tan centralizadas como deben ser las políticas migratorias, aprovecha al mismo tiempo para lograr votos cautivos con el dinero ajeno. Es lo que ha ocurrido con la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI), en donde es Sumar el que regala mientras los empresarios pagan. El prestigioso economista estadounidense Milton Friedman se oponía a dicho salario porque, aunque su intención sea noble, a la larga perjudica al beneficiario: al patrono le saldrá más rentable contratar a un operario cualificado por algo más de dinero que a un aprendiz con una retribución mínima elevada al que hay que enseñar todo, lo que equivale a decir que el paro de los más jóvenes crecerá. Ajena a ello, Yolanda Díaz ha logrado luz verde a la medida, sabedora de que si no se crea empleo al menos sí se logran votos para la causa de la izquierda.
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