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Discurso y amenaza

El cabecilla apremia a sus seguidores inoculándoles el miedo al «otro» porque constituye, según él, una peligrosa enfermedad social y debe ser «erradicado»

En política, especialmente en la España de hoy, mientras se celebra («soi disant») la Constitución y la «reconciliación» que supusieron el comienzo de la Transición, abunda sin embargo lo que podemos denominar el «discurso de la amenaza», una oratoria habitual que usa la violencia como narrativa principal de forma que la «naturaliza». Dicho discurso consiste en deshumanizar al adversario, que pasaría de ser un mero oponente o contrincante a constituir el mayor mal que imaginarse pueda, un «cáncer» que debe ser extirpado del espacio público, de forma que se le niega la posibilidad, incluso, de la mera existencia. El peligroso subtexto de la proclama de la amenaza es que inicia una escalada que puede trasladarse desde lo verbal al plano puramente físico, a la agresión real. Con discursos así se justifican, precisamente, el acto o la intervención violenta, o sea: el autoritarismo que persigue a los disidentes políticos (el discrepante, siempre es el otro: el contrario, el oponente). Este tipo de lenguaje violento, propio de líderes civilizatoriamente rezagados, activa en sus oyentes y seguidores las emociones más primarias, las euforias más fuertes, esas que anulan toda capacidad de pensamiento crítico, las que ligan de manera ancestral al seguidor con su líder pseudoreligioso. El cabecilla apremia a sus seguidores inoculándoles el miedo al «otro» porque constituye, según él, una peligrosa enfermedad social y debe ser «erradicado». Hitler, por ejemplo, usaba las expresiones «cáncer judío» y «enfermedad racial» para denominar a los judíos, convertidos en objeto de su rabia. En la Ruanda de los años 90 se usaba el término «cucarachas» para denominar a quienes se masacraba. Y el fascismo italiano hablaba de «higiene social». El lenguaje de la amenaza violenta suele recurrir a metáforas que equiparan «al enemigo» ideológico con animales (alimañas, bestias, bichos, plagas), enfermedades (tumor, cáncer, degeneración), demonios (el mal, Satán, diablo, tormento)… Las soluciones que propone quien usa el lenguaje de la amenaza, por lo general están relacionadas con la medicina: «Yo soy el doctor, el curandero, voy a extirpar, sanar...». Engaños y embustes, en general. Meramente.