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El buen salvaje

Distopía

Queríamos retrofuturismo, enigmas sin resolver, teorías de la conspiración. Pues aquí están

De tanto predecirlo, el futuro nos alcanzó en el momento preciso, cuando estábamos deseando que nos pasara algo, aburridos de quejarnos del poco sabor que tienen los tomates. Tanto mentar al bicho que se despertó haciendo un ruido de dragones. Somos un tipo con mal fario al que la herradura le dio en la frente.

Todas las historias distópicas empiezan a parecerse a series costumbristas al estilo de «Cuéntame». «Black Mirror» no es peor que un moderno «El diario de Patricia» y «The last of us» ya da risa, tanto que sobra la niña y Pascal carga un rato, como Antonio Alcántara en el sofá de escay. Hasta lo de «La familia de la tele» empieza a ser una pesadilla gafada por el mal agüero y los venenos que fabrica Gargamel, antaño el favorito. Es como si el Joker hiciera al fin realidad su sueño de caos y justicia poética, solo que nuestro sueño real era tomar tinto de verano pasando un poco de miedito y no haciendo plopló a oscuras.

La literatura y el cine se han esforzado en crear a Frankenstein con la electricidad de una noche de tormenta; pues imaginen que todas esas obras terroríficas se hubieran convertido en una parodia tipo «El jovencito Frankenstein» y relincharan los caballos cuando se oye el nombre de Frau Blücher. Ahora pasa lo mismo con Pedro Sánchez, que ha encontrado en los quince gigavatios desaparecidos en cinco segundos aquel nanosegundo en el multiverso que recuperó para la baja y la alta cultura Rafa Latorre, aunque nacida en la mente de una celebrity con muchas más luces de lo que parece.

A ver quién es el guionista que supera todo lo que nos pasó el martes. Diríase que los creadores son unos visionarios, pero los que hemos invocado ese futuro somos nosotros. Queríamos retrofuturismo, enigmas sin resolver, teorías de la conspiración. Pues aquí están. Ya lo escribió Santa Teresa: se llora más por las plegarias atendidas. Lloremos. Ahora a ver qué vemos en televisión.