Ella será la responsable de «apretar» el botón de la desconexión de su país con la Unión Europea. Una patata caliente ultranacionalista que ahora algunos intentan vender como una recuperación de las esencias británicas. Nada más alejado de la realidad. Y la primera prueba de lo que cuesta dar ese salto hacia ninguna parte, más allá de que sus responsables se han quitado de en medio –aunque ha recuperado a un halcón de Brexit como Boris Johnson–, es el retraso en poner en marcha el mecanismo de salida de la presencia británica en las instituciones europeas. Nada se puede hacer hasta que Londres active el artículo 50 del Tratado de Lisboa, algo que corresponderá a la nueva jefa del Gobierno británico, Theresa May. Y mientras en la denostada Bruselas todos esperan su primer paso, en las islas, en el entorno de May, se afanan en salir de los discursos reivindicativos de las cenizas del imperio, para hilvanar un corpus político que sea mínimamente presentable a los británicos sobre bases sociales, económicas y financieras. Todo con premura y construido sobre la marcha, adaptándola al Brexit y a las necesidades del momento. Por que ésta es la verdadera realidad: nada hay escrito ni planificado. Todo es pura improvisación. Un salto al vacío ante el que sólo cabe poner cara de póquer.