Editorial
Encrucijada crítica para Estados Unidos
El magnicidio frustrado debe servir como un aldabonazo moral y colectivo en pos de la reivindicación de los principios y los valores de la gran democracia estadounidense
El magnicidio frustrado de Donald Trump en medio de un discurso en Butler, en el oeste de Pensilvania, ha conmocionado Estados Unidos y ha tensionado hasta el extremo la campaña electoral de las presidenciales. Solos unos milímetros libraron al expresidente de las balas del joven de 20 años Thomas Matthew Crooks. Trump resultó herido leve en una oreja, pero otro de los asistentes perdió la vida, así como otros dos se debaten entre la vida y la muerte, mientras que el tirador fue abatido por los agentes que protegían el recinto. Las autoridades estadounidenses tienen por delante una exhaustiva investigación para determinar las responsabilidades en la seguridad que fracasó estrepitosamente. También, por supuesto, para averiguar si Thomas Matthew Crooks ejerció de lobo solitario o, en su defecto, contó con apoyos y estructura, si puede ser el principio sangriento de una amenaza a mayor escala o el capítulo final de un salva patrias ciego de odio y delirio. En todo caso, Estados Unidos puede respirar aliviado porque el expresidente y aspirante a la Casa Blanca salvó la vida milagrosamente, pero el consuelo tan solo debe llevar un instante porque no hay lugar para la ingenuidad ni el autoengaño. El intento de asesinato no se debe interpretar como algo aislado y singular, sino como otro síntoma de la deriva involucionista de la primera democracia del mundo, acentuada en los últimos años sin que la clase dirigente, dentro y fuera de la política, haya sido capaz de recuperar el pulso preciso y retornar al rumbo extraviado. Hay una corriente cada día más extendida entre politólogos y expertos que hablan de que otra guerra civil es posible en este contexto extremado e incluso caótico, con proliferación de armas y milicias aprovisionadas. En su evaluación de amenazas para 2024, el Departamento de Seguridad Nacional pronosticó que, entre otros peligros, el ciclo electoral de 2024 sería un «acontecimiento clave para posibles actos de violencia...» La nación más poderosa del mundo camina por un alambre con un abismo a sus pies presa de la radicalización y la intolerancia, huérfana de liderazgo y con los dos grandes partidos absortos en sus cuitas y alejados de una ciudadanía sin guía. El populismo ha anidado con fuerza y los intereses bastardos que rezuman los discursos públicos nublan las respuestas porque ciegan las salidas. La economía, la inmigración, la política exterior, el aborto, el estado de la Unión, en general, conforman el panel de la discusión entre demócratas y republicanos, pero en el origen hay una democracia alicaída, con una erosión de la fe en el Gobierno y en el Estado liberal. La mezcla de extremismo, indigencia política y senilidad institucional resulta ya explosiva. El magnicidio frustrado debe servir como un aldabonazo moral y colectivo en pos de la reivindicación de los principios y los valores de la gran democracia estadounidense. La campaña tiene ser aprovechada para la contención y la razón, para que el Capitolio gane la calle. Nunca la turba el Capitolio.
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