Con su permiso
Ese insultante orgullo de las élites
Sánchez volverá a formar gobierno por mucho que él, sus alrededores y los aliados indepes presentes y futuros, jueguen a que todavía hay que formalizar los acuerdos
Se pregunta Jesús si en los cálculos que traza sobre el imaginario mapa de su continuidad el Gran Superviviente maneja magnitudes internacionales. O sea, si prevé cómo se pueden tomar ahí fuera los ecos o los flecos que puedan llegar de sus digodiegos y cambiantes pareceres. En particular en lo que atañe al ex prófugo y hoy hombre de concordia y sentido de Estado, Carles Puigdemont. Si de puertas hacia allá no alcanzan los ecos del veletismo sanchista, o se amortiguan con su indiscutible encanto personal, pudiera ser que el caso paneuropeo del parlamentario que pasó de prófugo del Estado a cooperador necesario de su gobernanza, sí llegara a confundir a algún observador avispado. ¿Cómo es posible que alguien que huyó de un proceso judicial y no puede regresar sea ahora indispensable para la estabilidad política y social, la concordia y hasta la felicidad –Yolanda dixit– del país en el que sigue en busca y captura?
Algunos, desde luego, verán reconocida su pertinaz negativa a poner a Puigdemont a disposición de España: qué razón teníamos en no extraditarlo. Otros, los más cafeteros, aceptarán y hasta aplaudirán el cambio como un quiebro de inteligente pragmatismo del principal actor de esta comedia, Pedro Sánchez. La mayoría lo recibirá con la distancia con que los políticos de Bruselas y Estrasburgo contemplan cualquier asunto que no sea de su directa o territorial incumbencia. Al final, las cosas de casa, por muy reveladoras que sean de actitudes o políticas difícilmente presentables, se cocinan y digieren en cada país miembro, que bastantes complicaciones tenemos con lo de todos.
Estima Jesús que quizá por eso siga teniendo Sánchez un nombre y un prestigio superior al que despierta en su propio país. Bueno, no solo por eso. Hay que reconocerle talento para lo exterior y una insólita constancia, consistencia diría Jesús, en la política internacional: no cambia de opinión y mantiene sus posiciones a veces –casi siempre, en rigor– en contra del criterio de sus propios aliados, que se oponen abiertamente, como Podemos, o se colocan de perfil, como la vicepresidenta Yolanda Díaz. Ucrania y la posición española en la guerra es un ejemplo claro de esa firmeza presidencial. Propone, vende, participa y brilla cuando de exhibición y gestión de asuntos exteriores se trata. Que se lo digan a Zelenski, que ha pasado por la cumbre de Granada y ha vuelto a escuchar de Sánchez y del propio Jefe del Estado que Madrid mantiene intacto su apoyo a Ucrania e impulsa esa firmeza entre sus aliados de la Unión Europea.
De todo esto concluye Jesús que no solo tiene descontado Sánchez que su veletismo casero no afecta a la solvencia de su imagen exterior, sino que es el cultivo de esa marca personal y política lo que le estimula a dar los pasos que sea necesario con tal de poder seguir jugando esa baza, que es lo que en realidad busca: trascender para el Mundo, pasar a la Historia como estadista internacional.
Para Jesús esa tesis explicaría la pétrea determinación del presidente en mantenerse en el poder al precio que sea y aguantar tormentas, y críticas, desprecios o incomprensiones: hay que trabajar duro para seguir ese plan previsto de trascendencia internacional.
Sánchez ya ha pactado la amnistía con los independentistas catalanes, y les ha concedido también sentarse en una mesa a hablar de autodeterminación que es una forma de decir que quizá algún día podría alcanzarse. Hará lo que sea con tal de seguir gobernando para poder coronar su carrera porque aún necesita tiempo. Sus hechos lo avalan y sus cambios constantes lo reafirman, del mismo modo que las inquebrantables adhesiones de partidarios y voceros, capaces también ellos de defender una cosa y la contraria según le sople el viento al líder o le interese para lo suyo, dan la idea de su inmensa capacidad de seducción.
Sánchez volverá a formar gobierno por mucho que él, sus alrededores y los aliados indepes presentes y futuros, jueguen a que todavía hay que formalizar los acuerdos, en esa especie de representación teatral constante en la que nos meten. Comedia, por cierto, que dice mucho del bajo concepto que tienen del público al que consideran bobo al pretender que creamos su tosca interpretación y sus mensajes de cartón piedra.
Y lo formará porque Puigdemont, el nuevo hombre fuerte del Estado Español por obra y gracia de Sánchez, tiene aún más interés que el Gran Superviviente en pagar el precio de su apoyo para no desperdiciar la oportunidad de su vida. Porque, a ver, por muy exquisito que se ponga, sabe perfectamente que si no dice sí a Sánchez y acepta la amnistía, puede eternizarse en ese exilio que ya termina siendo incómodo, o incluso acabar en España encarcelado como sus recuperados compañeros de viaje.
Jesús está convencido de que tras la representación teatral, vendrá el chimpún del gobierno autodenominado progresista con apoyos de extrema izquierda, extrema derecha –Junts lo es, se pongan como se pongan– y extrema ambición personal.
Hay fumata blanca, la necesitan por igual sus urdidores. Pero ellos y sus corifeos siguen jugando con el personal con ese insultante orgullo de las élites.
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