Editorial
España seguirá, palabra de Rey
La Constitución debe respetarse en su integridad
Su Majestad, Don Felipe VI, convirtió su tradicional intervención de Nochebuena en un alegato sin concesiones en defensa de la Constitución y de la Nación, en un final de año que, para una parte de los españoles, ha hecho sobrevolar viejos fantasmas de división y crispación, pero que son sólo eso: fantasmas, porque el cuerpo social, mayoritariamente, no está dispuesto a dejarse arrastrar al barro del enfrentamiento que proponen unas fuerzas en declive –nunca los partidos nacionalistas habían obtenido peor representación electoral– pero a las que la aritmética parlamentaria y la ambición personal del secretario general de PSOE, Pedro Sánchez, ha convertido en determinantes para el futuro político inmediato de España.
Unas fuerzas que, lejos de renunciar a un proyecto inviable, pero tremendamente dañino para el conjunto de la sociedad, manifiestan a las claras su desprecio por la Constitución, la Monarquía y las instituciones del Estado, y se arrogan desde la soberbia la encarnación de unas soberanías nacionales que no resisten el menor choque con la realidad. Atacan esa misma Constitución, fuera de la cual, en las palabras exactas de Su Majestad, «no hay una España en paz y libertad» ni un futuro que legar a las nuevas generaciones.
«Pero España seguirá adelante» desde la unidad y la cohesión. Se argüirá que no hay notable novedad en la intervención Real y que Don Felipe sólo incide en la defensa de los valores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político que han hecho de España una de las grandes democracias europeas a lo largo de los últimos 45 años, como ha venido haciendo desde que situó en sus propios términos la intentona golpista del nacionalismo catalán de 2017, en una de sus intervenciones de Estado más trascendentes. Pero con ser cierto, lo que nos llevaría a preguntarnos por el alcance de la deriva hacia la ruptura institucional de los separatismos periféricos, también lo es que el discurso que anoche pronunció Su Majestad, uno de los más concisos de su reinado, deja poco lugar a las interpretaciones o, al menos, así lo entenderán sus destinatarios, que no son otros que todos los españoles, como legítimos titulares de la soberanía nacional.
Y, vaya por delante, que, a nuestro juicio, cuando en el discurso Don Felipe habla de «todos los españoles», quiere decir que la soberanía nacional no se trocea ni, mucho menos, se parcela territorialmente, como pretenden los promotores de consultas de independencia que no tienen cabida en el marco constitucional. Hizo algo más el Rey con sus palabras navideñas.
Hizo un giro muy medido, que no habrá escapado a los enemigos del ordenamiento jurídico, a la hora de plantear los problemas que atraviesa la sociedad española. Porque, es evidente, Don Felipe señaló la realidad que todos percibimos de que una parte de la población, no pequeña, sufre penurias económicas, falta de empleo, excesivo precio de los servicios básicos, deficiente acceso a la Sanidad y la Educación y, en el caso de los más jóvenes, a la vivienda; problemas económicos y sociales que, a la postre, son causa de desafección de quienes se ven excluidos del sistema democrático.
De ahí, que sea preciso destacar que tras esa descripción de una parte cierta de la situación española, el Rey reconoció paladinamente que su intención era centrarse en otras cuestiones que «tienen mucho que ver con el desarrollo de nuestra vida colectiva» y que van mas allá de la coyuntura económica, como son España y su Constitución. Ambas son indisociables en el presente de los ciudadanos y en la concepción de nuestro sistema de libertades, porque, como señaló el Rey, la democracia también requiere de unos consensos básicos sobre principios que hemos compartido y que nos unen desde hace generaciones y que implican que la Constitución «debe respetarse en su integridad». En ello, está comprometida la Corona, por deber y convicción.
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